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Una carta de despedida a mi amado perro Hachi

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  • Última modificación de la entrada:2025-07-03

Ayer tuve una de esas conversaciones difíciles de sostener, de esas que parten el alma porque sientes que te están arrancando algo desde lo más profundo de las entrañas.

Te pongo en contexto…

El 12 de mayo de 2012 llegó al mundo un hermoso Cocker Spaniel. Al parecer vivía feliz en su hogar, pero al supuesto «líder» de aquella familia le emputaba que el cachorro recibiera más atención que él. Por eso, a comienzos de enero de 2014, decidió que lo sacaría a la calle para deshacerse de él.

Por esos días yo estaba buscando un Pug, y la vida —con su manera especial de mover los hilos— me llevó a conversar con un veterinario del barrio donde vivía. Le pregunté si sabía dónde podía conseguir un perro de esa raza, y su respuesta me sorprendió:

«Le tengo un Cocker Spaniel hermoso de dos años al que piensan botar a la calle, ¿le interesa?»

No lo dudé un segundo. Mi corazón me gritó que debía darle un hogar… aunque, en realidad, fue él quien me lo dio a mí.

El 24 de enero de 2014, este personaje —el de la foto— llegó a la vida de mis hijos y la mía. Cuando lo vi por primera vez, quedé atónito ante su imponencia, y parecía que él también supiera que esta era su verdadera familia. Desde ese instante surgió una conexión de almas tan poderosa que nos volvimos inseparables.

¿Por qué el nombre Hachi?

Debes recordar la película Siempre a tu lado, cuyo protagonista es Hachiko. Esa historia me tocó tanto que cuando terminó me prometí: Mi próximo perro se llamará Hachi.

Y como la vida está llena de causalidades, unos meses después pasé por una de las situaciones más difíciles de mi vida —de la cual hablo en mi libro—, y ¿quién estuvo ahí, además de mis hijos? Sí, Hachi.

Siempre he sido amante de los animales, especialmente de los perros. Entre ellos y yo siempre ha existido un feeling brutal. Quien ha tenido como compañero de vida a un perro sabe perfectamente de qué hablo; quien no, no sabe la joya de experiencia que se pierde en la vida.

También, en varias ocasiones luego de despedirme de alguno de mis animales, juré que no volvería a tener otro; promesa que nunca cumplí.

Hachi nos acompañó en todas nuestras aventuras. Una de las que más disfrutábamos era escalar: nos íbamos al municipio de Suesca, y a la cima de la montaña llegábamos los cuatro —mis hijos, Hachi y yo—, jajajaja. Buscábamos montañas sin contrafuerte pronunciado, para poder empujar a Hachi, que con toda su fuerza y determinación aferraba sus cuatro patas para no dejarse caer, jajajaja.

Sus anteriores dueños lo habían acostumbrado a pelear con otros perros. Nunca logré quitarle esa maña, y más de una vez me metió en líos, jajajaja. En una ocasión, mi Hachi se le midió a un Rottweiler, en otra a un Pitbull, y en otra a un Doberman. Afortunadamente estos ejemplares tenían bozal, y no pasó de tres revolcadas para él, quien a pesar de todo se levantaba listo para que le siguieran dando paliza, jajajaja.

Hachi me acompañaba incluso en el trabajo. Ya era habitual que en la foto familiar fuéramos cuatro (mis hijos y yo) o dos (él y yo).

Tuvimos nuestras diferencias de opinión, claro, porque era intenso como él solo, pegado a mí igual que un chicle, y a veces me incomodaba esa exagerada cercanía, pero era su forma de amarme.

Cuando llegaba del trabajo, siempre era el primero en recibirme. Con el pasar de los años, era el único, porque mis hijos crecieron y ya les daba igual si yo llegaba o no, jajajaja.

Cuando llegó Lucky, mi gato, pensé que no se llevarían bien, pero la relación entre ellos fue perfecta: la locura de Lucky contrastaba y complementaba la seriedad de Hachi de una forma increíble.

Todo iba bien hasta que tomé la mala decisión de irme a vivir a otra ciudad. Eso cambió la vida de mis hijos y de mis parceros. A Lucky, una puta bacteria lo destrozó por dentro, y a Hachi también.

Mi perro, el más imponente, el mejor cuidado, el más amado, se vio afectado en su oído y su ojo derecho, quedando ciego y zordo. Aunque intenté salvarlo con una cirugía, esa puta bacteria de mierda ya había hecho su trabajo de devorarlo por dentro.

Hoy, Hachi ya tiene trece años, ya está «cucho», y con el desgaste que le dejó esa enfermedad, su cuerpo no da más.

Retomando la decisión que mencioné al principio: acordé con el veterinario darle a Hachi una mejor vida, la despedida digna que merece. Hoy, 2 de julio de 2025, después de 11 años, cinco meses y ocho días, se va parte de mi vida, mi amado perro Hachi.

¡Qué can tan brutal! ¡Qué compañero tan espectacular! ¡Qué incondicionalidad tan monstruosa! ¡Qué enseñanza de vida tan poderosa! ¡Qué compañía tan del otro mundo!

He tenido varios compañeros caninos, pero Hachi se convirtió en el #1. Después vendría Pepe —de quien hablo en mi libro—, y Lucky, por supuesto.

Estoy intentando escribir este homenaje sin ego, porque la verdad estoy vuelto mierda, y la sensación de vacío físico que deja es muy hijueputa.

Pero sé que di lo mejor de mí, y sé que él me dio más de lo que jamás imaginé. Su mirada honesta, leal, tierna, sincera y pura; sus lamidos llenos de amor real; su cola moviéndose a mil revoluciones cada vez que me veía, recordándome que era feliz solo porque yo estaba ahí.

En realidad, Hachi ha sido, en estos últimos 16 años, el ser que más cerca ha estado de mí, el que me vio llorar de verdad, sentir de verdad, rabiar de verdad. Él ha sido mi mayor confidente, mi mayor testigo, él sí que conoce mi historia, mi realidad, mi esencia sin filtros.

Tener un perro como compañero de vida es lo mejor que le puede pasar a un ser humano. Hay personas a quienes no les gustan, no los juzgo, pero no saben de la maravilla que se están perdiendo. Compartir la vida con un perro es una conexión de otro mundo.

Todos mis animales me han dejado huellas imborrables, pero este, este parcero, me tatuó el alma.

No tengo muchas palabras más para decirle a Hachi todo lo que siento, me duele, me duele putamente.

Siempre va a quedar en mi mente y en mi corazón, como un sello de alma a alma. Voy a extrañar nuestras tres salidas al día.

Voy a extrañar tus saludos, tu cola bailando con la vida.

Voy a extrañar tu mirada especial, esa que solo tú sabías darme.

Hachi fue mi hermano, mi parcero, mi sombra, mi espejo.

Me enseñó a amar sin condiciones, a sentir sin vergüenza, a ser humano sin disfraces.

Me abrazó con su presencia, me escuchó cuando ni yo me soportaba, me sostuvo cuando la vida me arrastraba.

Sus ojos —aunque se fueron apagando— nunca dejaron de decirme: aquí estoy.

Hoy me duele hasta el culo saber que se va, que no estará para recibirme con sus patas inquietas, con su mirada de pureza, con su cola enloquecida.

Pero sé que tomé la decisión más digna, la más dura, la más amorosa.

Ya había dado todo, ya había entregado hasta la última gota de amor.

Me queda su huella tatuada para siempre, un lazo que ni la muerte va a romper.

Hachi fue, es y será para siempre un guerrero más que leal en mi vida.

Nadie va a ocupar su lugar. Nadie.

Me queda un agujero negro en el pecho, pero también el orgullo de haber caminado a su lado.

Descansa, Hachi.
Corre libre, sin dolor, sin límites, sin miedo.
Tu energía, tus recuerdos, todo lo tuyo seguirá en nuestros corazones, porque aquí vamos a sentirte siempre, mi amado.

SIEMPRE.

Y si en otra vida tengo la dicha de volver a encontrarte,
¡PREPÁRATE!

Porque voy a abrazarte tan fuerte que esta vez  nunca más nos van a separar.

¡TE AMO HACHI!

Has sido un verdadero maestro y mentor de vida.

Gracias, gracias, gracias, por todo.

….

Querido/a lector/a, ¿Se te antoja oppinar algo? 

Te leo.

Te deseo un excelente y maravilloso dìa.

Dios te bendiga.
Namastè
Más acerca de mí.

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