Opinión muy sesgada (no me creas nada)
Lo que leerás a continuación es una opinión muy sesgada respecto de lo que yo pienso sobre estos temas, así que…
«No me creas nada de lo que estoy diciendo acá, compruébalo tú mismo/a a través de tus vivencias».
¿Por qué escribo esto si tal vez no soy el más indicado?
Pues… no tengo ni ¡puta idea!
De seguro es el resultado de un proceso de sanación de heridas, como consecuencia de haber aprendido a ser vulnerable.
La verdad absoluta no existe, solo la tuya y la mía
Hay veces en que confundimos la intensidad con la verdad. ¿Cuál verdad? De seguro la mía, o tal vez la tuya. Lo importante aquí es que no existe una verdad absoluta. Tú tienes la tuya, yo tengo la mía, y los que estudian estos temas tienen una verdad que, seguramente, no aplica para todo el mundo.
De hecho, mi vida, mi filosofía y mi forma de hablar no encajan con muchos de los que me rodean. Pienso diferente, y éso, se vuelve la piedra en el zapato de ellos/as.
La obsesión: cuando confundimos emociones con amor
Como seres humanos, tendemos a obsesionarnos. En todo sentido. En este caso me refiero a la obsesión dominada por ese personaje que está ahí, protegido por una cueva semi-transparente y semipermeable, y cuya función es bombear la sangre que recorre nuestro cuerpo.
Ese personaje que, en muchas ocasiones, quiere salir de ahí de una manera desesperada cuando ve a alguien que nos vuelve locos —en teoría—, aunque siendo racionales, sí, esa persona nos revuelve todo por dentro, tanto así que cometemos locuras.
Esa primera impresión, esa primera etapa de «aparente conexión», es lo que yo llamo OBSESIÓN. No me importa cómo la llamen los «expertos», yo digo lo que pienso, lo que siento y lo que se me da la gana, porque estoy hablando de mí, a partir de mis experiencias y mi somatización.
Hambre emocional disfrazada de amor
Nos obsesionamos con alguien, lo idealizamos, y de pronto sentimos que esa persona es la respuesta a todo lo que no sabíamos que estábamos buscando.
En este momento, estoy teniendo una sonrisita de recuerdos bonitos… por haber aprendido una lección de vida, acerca de la frase «no sabíamos que estábamos buscando», por aquello que nos enseñaron a depender de… y no a ser autónomos.
Me ocurrió en varias ocasiones, y en esas varias ocasiones pensé que esa vaina que se siente en el estómago, que sube y baja, esa emoción que provoca una ebullición de mi cuerpo… esa vaina que me alborota hasta el sistema nervioso y el linfático, era amor, y ¡qué equivocado estaba! Ja, ja, ja, ja, ja.
Ahora, puedo entender que esa vaina —para mí— no es amor… En realidad es hambre emocional. Es la necesidad de llenar un vacío interno con algo externo. Es el reflejo de mis carencias, de algo que deseo tener o llegar a ser. Es la proyección de algo que llevo implícito en mí, es decir, que es innato en mí, pero que aún no tengo la capacidad de identificar y ver, o mejor, observar y entender que lo que llevo dentro de mí, que es puro, real y sincero, lo estoy proyectando en otro cuerpo. Desafortunadamente, durante mucho tiempo lo entendí al revés, y de seguro, tú has pasado por lo mismo.
La dependencia disfrazada de amor
Eso no es amor. Es una obsesión. Y la obsesión no es más que un intento desesperado del alma por ser vista a través de otros ojos, porque aún no hemos aprendido a mirarnos con los nuestros. Ésto, nos convierte en dependientes de otra persona.
¡CRASO ERROR!
El enamoramiento embriagante y traicionero
En muchas ocasiones pensé estar enamorado. Una muy bonita frase: ¡Estar enamorado! Suena lindo, se siente bien, el estado de ánimo cambia automáticamente, la «felicidad absoluta», la «panacea», ¡Encontré a la persona de mi vida! Ese estado embriagante en el que todo parece mágico, eterno, perfecto. Y aunque es hermoso, también es traicionero si no hay conciencia, y al hablar de conciencia me refiero a tener los pies sobre la tierra. Porque ese aparente «enamoramiento» nace de la química, de la expectativa, de la promesa inconsciente de que alguien vendrá a salvarme… a completarme.
Ese aparente enamoramiento es un intercambio de emociones, de miradas que parecen eternas, de promesas que vibran en la piel. Luego, se convierte en un intercambio de cuerpos, de fluidos, de caricias que creen sostener lo que el alma no ha comprendido. Y termina, muchas veces, en un intercambio de silencios incómodos, de reproches, de ausencias gritadas… Porque el amor sin conciencia no se sostiene, se disuelve. Y cuando esa ilusión —el «enamoramiento»— se rompe, como inevitablemente se rompe… duele. Duele putamente.
¿Cómo llamar a esta etapa?
Por esta razón es que considero que esta etapa merecería otro nombre. Tal vez… «encacorramiento», «ahuevamiento» u «obnubilamiento». Quizás… «Un sueño que se vive despierto». Porque en muchas ocasiones no se es correspondido, y al no serlo, se retorna al estado de obsesión, es decir, dependencia, y todo se vuelve una persecución con tintes de obligación.
Ahí es cuando algunos, en teoría, «despiertan». Y otros… simplemente siguen ahí, obsesionados, agarrados a una boya en medio del mar esperando a que cualquiera que pase por ahí les rescate. Y digo que en teoría despiertan, porque la siguiente relación se refiere al mismo ciclo, solo que esta vez es más crudo.
El paso hacia el enamoramiento consciente
El ser consciente de esta situación que tengo frente a mí, pero que no soy capaz de ver, podría permitir decidir si en verdad paso o no, a la siguiente etapa, que para mí, sería la del enamoramiento.
El enamoramiento, para mí, es algo que se construye mutuamente. Cuando se empieza una etapa de descubrimiento real. Cuando las máscaras iniciales comienzan a caer y nos mostramos tal como somos. El enamoramiento es el despabilarse y darse cuenta de la realidad que nos muestra la otra persona, que en la mayoría de los casos, no es más que un reflejo propio de mis sombras, es decir, mis miedos, mis fobias, mis inseguridades, mis traumas.
Las sombras y la mierda que huele
Las sombras, es toda esa mierda que ya empieza a oler y a incomodar, es toda esa mierda en sus diferentes estados de descomposición. Las sombras, cuando se identifican, empiezan a conformar el conjunto de diversos aprendizajes que nos llevan al siguiente nivel.
Cuando quitamos esas máscaras y permitimos que nuestras sombras empiecen a salir, cuando permitimos que el otro o la otra identifique el olor de mi mierda, es cuando en la mayoría de los casos viene el descubrimiento de una decepción amorosa. ¿Por qué? Porque al principio no observamos, no entendimos que estábamos obsesionados y no observamos lo que esa otra persona realmente estaba mostrando.
Preguntas para decidir si avanzo, o me quedo donde estoy
Para mí, tomar la decisión de pasar a la etapa del enamoramiento depende de varias preguntas:
- ¿Estoy dispuesto/a a aguantar ese olor a mierda que en teoría no es mío?
- ¿Me gusta lo que veo?
- ¿Me gusta ese olor?
- ¿Estoy dispuesto/a a aprender de esta persona?
- ¿Estoy dispuesto/a a seguir caminando con esta persona tomado/a de su mano?
- ¿Veo oportunidades de crecimiento y desarrollo con esta persona?
- ¿Tengo valores o principios en común con esta persona?
- ¿Realmente esta persona y yo tenemos algo en común?
- ¿Me inspira una verdadera confianza esta persona?
- ¿Me siento bien con esta persona yendo de la mano por mi camino de vida?
- ¿Estoy listo/a para enamorarme o prefiero seguir encacorrado/a?
- ¿Estoy obsesionado/a, encacorrado/a o enamorado/a?
El verdadero enamoramiento y el amor consciente
El enamoramiento no es pasajero, el enamoramiento debe ser permanente, mientras dure. Si sobrevive, se vuelve el terreno fértil para el amor. Se construye a partir del desencanto. Se edifica desde el deseo genuino de estar ahí, a pesar de lo que vamos mostrando y viendo. Es contacto físico, mental, emocional. Es compartir y aprender a vivir con las luces y las sombras mutuas. Es elegir quedarse, incluso cuando lo que se muestra ya no es tan bonito, pero sí es más real.
Decidir caminar junto a esa persona en la etapa del enamoramiento, éste, es el verdadero amor —para mí—. Pero partiendo desde el amor propio, el cual se convierte en el antídoto. El amor propio es el reencuentro con uno mismo después de haberse buscado en mil rostros. Es entender que nadie puede completarte, porque tú ya eras completo/a antes del olvido. Es aprender a estar consigo mismo/a… en silencio, en calma, en verdad.
El amor propio: el antídoto
El amor propio no es ego ni orgullo disfrazado. Es humildad. Es presencia. Es respeto profundo por lo que soy, por lo que he atravesado y por lo que aún estoy sanando.
Cuando se cultiva el amor propio, se deja de perseguir. Se deja de rogar afecto, de suplicar atención, de hipotecar el propio valor por un «te quiero» o por un «te amo». Te eliges. Y cuando te eliges, comienzas a atraer vínculos que ya no nacen desde la necesidad… sino desde la plenitud.
La obsesión se disuelve. El enamoramiento se vuelve consciente. Y el amor… se convierte en un acto de libertad.
Amor propio y verdadero amor
Cuando hay amor propio, hay un amor verdadero hacia tu pareja, antes no, es lo que yo pienso, por eso te repito que …
«No me creas nada de lo que estoy diciendo acá, compruébalo tú mismo/a a través de tus vivencias».
¿Cómo reconocer un verdadero amor?
El verdadero amor no se grita, no se impone, no duele. No viene con ansiedad ni exige sacrificios que rompen tu esencia. Un verdadero amor:
- Te da paz, no ansiedad.
- Te impulsa a crecer, no a depender.
- Escucha, acompaña, no controla.
- Se construye desde la libertad, no desde la necesidad.
- Te permite ser tú mismo/a, no una versión adaptada para agradar.
Cuando es verdadero, no persigues. No necesitas convencer ni demostrar nada. Es un espacio seguro, donde puedes respirar siendo tú.
Lo que he aprendido y plasmado
Parte de lo que he escrito en este post —un poco extenso— lo somaticé al escribir mi libro: «TÉMPERA MENTAL, de regreso a mi yo verdadero», la otra parte, la entendí hace poco en un ejercicio personal de vulnerabilidad que hice.
…
Reflexiones sobre el presente y el futuro
No sé si ya estoy listo o si volveré a elegir caminar por esos tres escenarios que acabo de describir; esos donde el aire huele a promesas y el suelo, a veces, se convierte en un laberinto. Pero sí sé que ahora mis pasos son más conscientes.
Ya no busco fuegos artificiales, sino brasas que ardan lento. Valoro más una conversación sincera que un simple encuentro, y me conecto más con una mirada honesta que con una sonrisa perfecta. Una mirada que diga más que mil palabras, donde la complicidad no necesite explicación.
Silencios y verdades compartidas
He comprendido que, en esta etapa de mi vida, prefiero compartir silencios que no incomoden, silencios que sean compañía genuina. Escuchar susurros que inviten a abrir el alma, y ecos que no se apaguen fácilmente.
Elijo verdades que inviten a reflexionar para sanar. Momentos en los que cada instante se entrelace con el siguiente, donde ambos estén dispuestos a mirar el mundo a través de los mismos cristales rotos con los que han aprendido a ver.
El momento de un café entre almas
Si es así, entonces… que nos sirvan café —para mí, siempre café— y que el alma se siente con nosotros, sin prisas, sin máscaras, sin miedo. Dispuesta a permitirse ver… y, sobre todo, a permitirse que la vean.
Y justo ahí, mientras terminaba de escribir esto, me llegó de la nada una aroma absolutamente deliciosa, exquisita y hermosa, ésa que muy pocas veces he experimentado en mi vida y que sólo ha llegado en ocasiones muuuy especiales.
Aquel espacio cerrado con llave
Este cuarto de mi vida tengo la certeza de que lo cerré y le puse llave. Y esa llave, supuestamente, se había perdido hace años. Sin embargo, sin buscarla, la he encontrado nuevamente. Polvorienta, sí… cubierta del polvo que deja el tiempo y la negación. Pero ahí está.
Y me pregunto si tal vez aún haya algo que mi alma necesita abrazar antes de continuar el viaje.
El eco de mi padre y el final épico
En ese instante en que la llave apareció ante mí, resonó en mi interior la voz clara de mi padre, como un eco antiguo que me atravesó el pecho:
«Mijo: nunca vuelva a decir: de esta agua no beberé».
Wowwwwwww. Parece que me la fumé verde. ¡Ahora sí, la saqué del estadio con este final épico! Ja, ja, ja, ja, ja.
Definitivamente, estoy sanando heridas.
La frase final
Y como siempre digo:
«No me creas nada de lo que estoy diciendo acá… compruébalo tú mismo/a a través de tus vivencias».
Gracias, gracias, gracias.
Te leo.
Te deseo un excelente y maravilloso día.
Dios te bendiga.