La «colaboración», en su esencia más pura, podría ser un acto de apoyo mutuo, un puente que permite a las personas avanzar sin perder su esencia. Sin embargo, hay ocasiones en las que la palabra «colaborar» se convierte en sinónimo de «controlar».
Hace un par de meses, finalizando el año 2024, alguien muy elegante se me acercó con una oferta aparentemente generosa: «Yo te colaboro con unos contactos poderosos para dar tu charla». Sonaba bien, una oportunidad más para compartir mi mensaje. Sin embargo, días después, la misma persona regresó con una lista de restricciones: «Te colaboro, pero no puedes decir esto, esto, esto… tampoco eso. Solo puedes hablar de esto».
Ahí fue cuando me pregunté: ¿qué puta «colaboración» es esta? ¿Es realmente un apoyo si lo que me ofrecen viene atado a un guión impuesto? Si debo hablar lo mismo que los demás, entonces que hablen los demás. Yo hablo de lo que siento.
Colaboración o manipulación
La línea entre ayudar y manipular es muy delgada. Quien ofrece un contacto, un espacio o una plataforma, pero lo hace bajo la condición de que el mensaje sea filtrado, no está colaborando: está censurando. Y la censura, disfrazada de buena intención, sigue siendo censura.
En el mundo de las ideas, la autenticidad es lo que distingue a unos de otros. ¿De qué sirve tener un micrófono si solo se nos permite repetir lo que ya todos dicen? ¿De qué sirve un escenario si al final estamos interpretando el guión de alguien más?
El precio de la coherencia
Ser fiel a lo que se piensa y siente tiene un precio. Puede significar perder «oportunidades», puede significar que algunas puertas se cierren. Pero, ¿de qué vale abrirlas si al cruzarlas dejamos de ser nosotros mismos?
Es fácil aceptar atajos, amoldarse a lo que otros quieren escuchar, decir lo que es cómodo y evitar lo incómodo. Pero también es fácil perderse en el proceso.
El derecho a la voz propia
No se trata de hablar por hablar, sino de hablar con sentido, con verdad, con pasión. La voz propia es un derecho, no un privilegio concedido por quienes creen tener el poder de decidir qué se puede decir y qué no.
Si ayudar implica imponer límites a la expresión, entonces no es ayuda, es control. Y quien realmente apoya no teme las palabras de otro, porque entiende que cada voz tiene un valor único en el mundo.
En mi caso, no negocio mi autenticidad. No hablo para complacer, hablo para expresar mi verdad, mi experiencia de vida, la cual considero puede ser un aporte a quien escuche una de mis palabras o frases. Y si eso significa que algunas «colaboraciones» se esfuman, que así sea. Prefiero hablar con «mi verdad» que hablar con permiso.
Gracias, gracias, gracias.
Te leo.
Te deseo un excelente y maravilloso día.
Dios te bendiga.