El año pasado, con un grupo de amigos —6 en total—, decidimos dar unas charlas que motivaran a un número significativo de personas de diferentes edades, esperando lograr una mejoría en sus vidas. Todos estábamos iniciando en este camino, en este proceso. En teoría, impactamos a un poco más de 300 personas. Un número grande, llamativo, perfecto para adornar informes y redes sociales. Pero si soy honesto, no logramos el impacto que esperábamos. Bueno, lo que yo realmente esperaba.
Impacto real vs. apariencia
El impacto real no se mide en cuántos escucharon un mensaje inspirador, sino en cuántos lograron un cambio en su vida. Y la realidad es que este tipo de actividades, aunque bien intencionadas, muchas veces se quedan en la superficie. Se convierten en un espectáculo que permite a los organizadores sentirse transformadores, pero cuando llega el momento de actuar de verdad, de ayudar de manera concreta, las limitaciones del sistema se hacen evidentes.
Dentro de este grupo de más de tres cientas personas, cinco levantaron la mano pidiendo ayuda. Con miedo, con nervios, con la esperanza de que alguien los escuchara. Ahí estaba el verdadero impacto esperando a suceder. Pero la respuesta fue clara: no se puede ayudar. Hay que seguir el protocolo, no involucrarse, no actuar. En otras palabras: dar la charla, recolectar cifras y seguir adelante. Y si alguien intenta ofrecer apoyo genuino, pone en evidencia que algo no está funcionando.
Cuando la ayuda se queda en discurso
Hace poco, una de esas personas me contactó. Cuatro meses después, sigue en la misma situación. Nadie le ayudó, nadie le prestó atención, y encima tiene prohibido hablar con personas como yo. Y es que cuando alguien realmente se interesa en prestar un servicio más allá de la charla motivacional, puede poner en entredicho el sistema establecido.
Peor aún, existen normas, leyes y lineamientos —«MIERDIREGLAS»— que impiden un acercamiento real para ayudar de verdad. Esas mismas normas impiden colaborar, pero tampoco hacen algo por ayudar. Entonces, ¿para qué se crearon esas leyes de mierda? ¿Qué hacen ese tipo de instituciones? Y peor aún, ¿qué hacen las personas por rebelarse y ayudar de verdad?
En muchos casos, los espacios de capacitación o desarrollo personal parecen más enfocados en generar buenas imágenes que en generar transformaciones reales. Y aunque puede haber excepciones, la tendencia general es que los cambios profundos no ocurren dentro de estos marcos rígidos y limitados.
Decidí no seguir participando
Por eso este año tomé una decisión: no participar en algo que no me resuene, que no me permita realmente generar un cambio significativo. No quiero ser parte de una estructura que prioriza el impacto visual sobre el impacto real. Un impacto que no transforma no es impacto, es un espejismo.
Un llamado a la acción
No se trata de criticar por criticar, sino de preguntarnos: ¿realmente estamos ayudando o solo lo parece? Si queremos hacer la diferencia, debemos ser capaces de cuestionarnos y mejorar. Hay muchas maneras de generar impacto, pero todas requieren coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
Quizá haya quienes estén en desacuerdo con mi postura, y es válido. Yo, por mi parte, seguiré apostando por iniciativas donde realmente pueda hacer algo tangible por las personas. Porque hablar bonito es fácil, pero ayudar de verdad es otra historia.
Gracias, gracias, gracias.
Te leo.
Te deseo un excelente y maravilloso día.
Dios te bendiga.