He cometido infinidad de errores. Y desde que soy padre, mis decisiones, para bien o para mal, han marcado la vida de mis hijos. No hay escapatoria, no hay excusas: lo que hago, lo que digo, lo que dejo de hacer… todo influye en ellos, a corto, mediano o largo plazo.
Han pasado los años y, de repente, ¡boom!. Me cae ese puto cargo de conciencia que me pega como un puñetazo en el pecho. Duele, ¡carajo! Veo la vida de mis hijos y se me escapan las lágrimas, a veces de felicidad, pero otras… de pura impotencia. Porque aunque quisiera decir que sus decisiones —según mi criterio, según mi ego— son solo suyas, sé que no es cierto.
Durante años fui un ciego. Pensé que era un buen padre, creí que hacía lo correcto, me lo vendí a mí mismo. Y la sociedad me lo compró: «Buen proveedor, buen hombre, buen líder, buen padre». Mentira. Fui un padre hecho a la medida de esta puta sociedad de consumo que nos dice que ser padre es pagar cuentas, poner reglas y decir «te quiero» de vez en cuando.
Pero ahora lo veo. Lo veo y me duele en el alma. Porque todo lo que hice (y lo que dejé de hacer) se refleja en ellos. Y ahora, cuando toman decisiones, no puedo hacerme el idiota. No puedo fingir que no tengo responsabilidad.
Y te pregunto a ti: ¿cuánto de lo que hoy hacen tus hijos es reflejo de lo que tú hiciste o dejaste de hacer?
No sé cómo seas tú en tu rol de padre o madre. Pero sí sé esto: te cuesta levantar la mano y admitirlo. Porque da miedo decir en voz alta:
👉 «Sí, la cagué».
👉 «Sí, lo reconozco».
👉 «Sí, admito que no soy perfecto/a».
Me duele cada vez que mis hijos toman decisiones, acertadas o no, porque sé que yo estoy ahí, en cada una de ellas. Porque aunque ellos elijan su camino, yo ayudé a construirlo.
Por eso, te reto. Sí, te reto a detenerte un segundo. A mirar tu vida con los ovarios o los huevos bien puestos y preguntarte:
👉 ¿Qué estás haciendo hoy que afectará el mañana de tus hijos?
👉 ¿Qué hiciste en el pasado que ya les está pesando?
No importa si la respuesta te duele. Enfréntala. Porque te lo aseguro: bueno o no tan bueno, estás afectando su futuro.
Esa es mi misión de vida: hacer que despertemos. No para culparnos, sino para ser conscientes de una puta vez.
Y si al menos uno de ustedes, los que me leen, levanta la mano y dice: «Sí, tengo que cambiar algo», entonces valió la pena este dolor.
Si esto te removió algo por dentro, escríbeme. No importa si es para desahogarte o para contarme tu historia. No estás solo/a en esto. Yo ya pasé por ahí, y si algo de lo que digo te hace sentido, hablemos. Levanta la mano o ¡veámonos en el espejo!
Gracias, gracias, gracias.
Te leo.
Te deseo un excelente y maravilloso día.
Dios te bendiga.