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Cuando los padres callan mientras otros apagan la luz de sus hijos… también están apagando algo dentro de ellos.

¿Alguna vez tus padres hicieron esto contigo?

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  • Última modificación de la entrada:21 octubre, 2025

Como padres no somos perfectos.

De hecho, si hago cuentas, he cometido más errores que aciertos.
Hablo por mí, claro.

Hace varios meses estaba con un grupo de amigos conversando de todo un poco.
En eso llegó uno de ellos con su hijo.
Ese pelado me cae bien. Es pilo, analítico y se nota que ama lo que hace.

Su padre —mi amigo— tiene un temperamento muy parecido al que yo tenía hasta 2018: duro, exigente, de esos que creen que la disciplina se impone con la voz alta y la ceja fruncida.
Esa misma mañana habíamos hablado del tema. Le conté mi historia de padre controlador y cómo, cada vez que lo escuchaba hablar con su hijo, me veía reflejado.

Bueno, llegaron.
Y uno de los presentes, apenas vio al muchacho, le suelta:

—¿A qué te dedicas?
—Estudio en el colegio y practico X deporte —respondió el muchacho.
—Uy, hermano, pero usted está muy bajito para eso. Yo también lo practiqué, y ahí solo triunfan los altos y corpulentos.

Y empezó a soltar una retahíla de defectos estúpidos.
Yo, automáticamente, me puse en modo defensa.

—Usted no ha visto lo que hace este muchacho —le dije—. En serio, es muy bueno.
Y al papá le solté:
—Muéstrele los videos de su hijo, a ver si se queda callado.

El papá, orgulloso, sacó el celular y empezó a mostrar los videos.
Mi otro amigo, inconscientemente —es un excelente tipo, lo aprecio un montón—, remató:

—Sí, es bueno, pero muy chiquito. No va a llegar lejos. Además, sin rosca, no hay chance.

Mientras tanto, el muchacho bajó la cabeza. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Su cuerpo se encogía.

Me acerqué y le dije:
—Tú eres muy bueno en lo que haces. Lo he visto. No permitas que nadie te bajonee de tus sueños.

El padre seguía mudo.

En mi caso, en otros tiempos, cuando alguien se metía con mis hijos, salía el león.

Más de una vez me llamaron obsesionado.
Y puede ser.
Porque vi a mis hijos con la misma cara que ese pelado: los ojos vidriosos, el orgullo herido.
Y a mí eso me dolía. Me encabronaba.

Quizás mi amigo también lo sintió, pero su reacción fue otra: el silencio.
Y ese silencio, a veces, pesa más que cualquier grito.

Yo hacía valer a mis hijos por encima de todo.
Nunca permití que nadie pisoteara sus sueños, ni siquiera supuestas «autoridades» o «expertos».
Para mí, en esos momentos, no eran más que unos hijos de puta con poder prestado.

Si mis hijos se equivocaban, los defendía.
Y luego, en casa, hablábamos del error, sin público, sin humillaciones.
Porque nadie sabe la sed que el otro carga.
Nadie ve el detrás de cámaras.
Y pocos se toman el tiempo de entender.

Si tan solo fuéramos un poco más empáticos, las cosas serían distintas.

Yo me equivoqué muchas al defender a mis hijos de la forma equivocada. Pero no me arrepiento.
El Federico de ahora lo haría igual:
con más tacto, más firmeza, sin herir, pero sin permitir que nadie los pisotee.

Como padre, mis hijos son prioridad.
Punto.

De ahí brotan comentarios como los de mi gran amigo, a quien muy seguramente le dijeron todas esas cosas desde pequeño y, de forma inconsciente, cree que está bien.
Él no tiene la culpa.
Solo son creencias limitantes.

De ahí viene gran parte de la baja autoestima de tantos niños y adolescentes.
De ahí nacen sus silencios en el colegio.
De ahí brotan sus miedos.

Nuestra tarea es acercarnos.
Darles confianza para que hablen, para que se liberen.
Y cuando haga falta, poner el pecho por ellos, donde sea y frente a quien sea.

No hablo de salir a golpear a quien los critique.
Hablo de darles bases sólidas, que los hagan impenetrables e inquebrantables.
De levantarlos cuando el mundo los quiera tumbar.

Porque he visto padres y madres unirse a los insultos contra sus propios hijos, creyendo que eso es autoridad.
Pero eso no es autoridad.
Eso es cobardía.

Padres así no sirven.
Madres así, tampoco.
Porque lo único que logran es criar hijos llenos de complejos, incapaces de mostrar al mundo sus dones y talentos.

Y si algo aprendí de todo esto, es que los hijos no necesitan padres perfectos, sino padres presentes.
A propósito, por acá te dejo un artículo al respecto [enlace].

Padres que pongan el pecho, no la excusa.
Padres que no repitan el daño, sino que rompan la cadena.

Porque los hijos no se quiebran por lo que el mundo les dice…
Se quiebran cuando sus padres guardan silencio.

¿Alguna vez tus padres hicieron esto contigo?

¿Tus padres han sido así?

O …

¿Eres uno de ellos?

Gracias, gracias, gracias.

Te leo.

Te deseo un excelente y maravilloso día.

Namastè

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