Nos acostumbramos a los héroes de las películas. Me refiero a los de DC Comics y Marvel.
En teoría, vienen a salvar el mundo. Pero al final son solo historias que nos hacen creernos el cuento.
Y nos lo creemos tanto, que terminamos emocionándonos como niños frente a la pantalla.
En algún momento, todos pensamos que podríamos ser uno de ellos.
Yo lo hice.
De hecho, todavía lo hago.
Ja, ja, ja, ja, ja.
[…]
De niño jugaba a los superhéroes con mi mejor amigo.
En esa época estaba de moda la Liga de la Justicia.
Él era Batman.
Yo, Superman.
Inventábamos historias, salvábamos al mundo.
Entre los patios de nuestras casas había un muro de unos dos metros y medio. Saltábamos de un lado a otro sin pensarlo. No importaba la altura. Solo queríamos divertirnos, ser felices, sentirnos invencibles.
Las capas que nos hicieron nuestras mamás —una roja, otra negra— nos daban poder.
Sacábamos pecho.
Cumplíamos la misión.
Y después, a dormir.
Con la sonrisa de oreja a oreja.
Con la seguridad de haber hecho lo correcto.
Porque en casa estaban nuestros verdaderos héroes.
Nuestros padres.
A veces me pregunto:
¿quién es hoy mi superhéroe favorito?
Aún me llama la atención Superman (el de antes, no el de ahora).
Pero después de tanto, he llegado a una conclusión:
Mi superhéroe favorito es el tipo que me mira cada mañana desde el espejo.
No sé si todavía soy el superhéroe de mis hijos.
Pero estoy seguro de que soy el mío.
La vida no ha sido fácil. Ni cerca.
Parte de lo que soy se lo debo a mis padres, que me empujaron cuando las piernas no daban más.
Otro tanto se lo debo a mis hijos, que siempre estuvieron ahí.
Tengo cicatrices por todas partes.
Las del cuerpo se curan.
Las del alma están en ese proceso.
Esas duelen.
Esas te rompen.
Esas te enseñan.
He sido víctima en casi todas las películas que yo mismo inventé.
He tenido que pelear batallas contra enemigos que solo existían en mi cabeza.
Cada historia, cada obstáculo, cada caída me han hecho más fuerte.
Y aunque me dejaron marcas, puedo decirlo con orgullo:
He cumplido las misiones que me he asignado… y las que me han tocado.
Cada cicatriz tiene su historia.
Cada sonrisa que arranqué a alguien me convierte en héroe.
Cada abrazo dado cuando alguien lo necesitaba, también.
Cada vez que ayudé, consolé o levanté a alguien, fui héroe.
Cada día superado, cada logro, cada obstáculo vencido…
Eso también me convierte en héroe.
Cada vez que mis hijos me necesitan, al primero que llaman es a mí.
Como Lois Lane llamando a Superman.
No importa la distancia, ni el momento, ni el cómo.
Siempre dejo de hacer lo que estoy haciendo, me quito el traje que tenga puesto y me pongo el de salvador.
La capa aparece.
El traje —ese que deja ver mi six pack (aunque un poco hinchado)— también.
Y ahí estoy, justo en el lugar y el momento en que ellos me requieren.
Y eso, más que cualquier otra cosa, me convierte en héroe.
Y tú…
¿quién es tu superhéroe favorito?
Porque yo, aun perdido muchas veces,
siempre tuve una certeza:
nunca perdí la esperanza.
Sigo cayendo.
Y aun así, siempre me levanto con más fuerza.
[…]
Los hijos siempre saben a quién llamar cuando necesitan ayuda.
Sin embargo, hay momentos en los que sentimos que ya no somos importantes para ellos. [enlace al artículo]
Gracias, gracias, gracias.
Te leo.
Te deseo un excelente y maravilloso día.
Namastè