A veces el alma quiere hablar. No para impresionar, convencer o explicar. Solo quiere compartir un suspiro, una duda, una emoción sin nombre.
Pero del otro lado, en el entorno que te rodea no hay recepción. No con algo superficial o banal. Está ocupado con lo que le da sentido a su mundo: el trabajo, los compromisos, el deber, las personas que dependen de éste… O tal vez, simplemente, le importa un culo. Y eso está bien.
Estos últimos años de mi existencia he estado en un proceso profundo de catarsis. En esta nueva etapa de querer compartir mis experiencias, llegó un momento en el que me sentí listo para soltar algo, para dejarme ver sin máscaras. Sentí que había una conexión que valía la pena honrar con una conversación sincera, sin pretensiones. Pero no se dio.
No por falta de afecto. Ni de intención. Se sintió como cuando las agendas de cada quien no coinciden. Como cuando al entorno le importa un bledo lo que se siente, o tal vez, ese entorno no puede estar disponible porque su mundo le está pidiendo demasiado. Porque la vida le enseñó que parar puede significar perder el control, y que el control es lo que ha mantenido su universo en pie.
Y fue ahí donde me vi a mí mismo. Vi mi versión desde el año 1972 hasta el 12 de diciembre de 2018. Vi mi necesidad de tener todo bajo control. Mi obsesión por cumplir, por sostener, por «liderar» y por hacer que todo funcione. Vi mis antiguas prisas, mis viejas cargas… Ese era el mundo que me hizo olvidarme incluso de mí mismo.
Al ver aquel espejo, comprendí algo esencial: No siempre voy a encontrar el espacio perfecto para decir lo que siento. Confieso que en ocasiones siento que con el entorno que me encuentro en determinado instante de mi vida es posible ser vulnerable, es posible soltar, desafortunadamente o afortunadamente no es así. Sin embargo, puedo agradecer la intención, honrar el deseo de encuentro y liberar la expectativa.
Días después recordé cuando otros entornos se acercaron a mí queriendo expresarse, y yo hice caso omiso. Ahora me tocó a mí. Ja, ja, ja, ja. ¡Qué ironía! Aunque esta vez lo sentí desde lo más profundo de mí. Desde mi esencia. No desde la rabia o el resentimiento.
A veces el alma habla, aunque el entorno no escuche. A veces, basta con el intento. Y eso… es sentir.
✨ Porque a veces, el alma solo quiere ser vista sin esfuerzo, escuchada sin interrupciones y abrazada sin juicios. Y cuando eso ocurre, aunque sea por un instante, algo se sana… en los dos.
Muchas veces me cerré a mis entornos. Muchas veces me cerré a posibilidades. Me cerré a expresar sentimientos y emociones que, al final del tiempo, lo único que hicieron fue profundizar una herida de la que no era consciente.
Ahora sólo busco vivir en el presente. Soltar el control. Romper esquemas.
No pretendo seguir ni vivir en el modelo tradicional del «éxito» —lo que la sociedad llama éxito— Tal vez porque aún no sé cómo hacerlo dentro de este nuevo mundo… Porque de hecho, he sido un arquitecto exitoso y un padre exitoso ante una sociedad de consumo. Y ésto, a los ojos de ciertos entornos con los que intento interactuar, probablemente se perciba como extraño, incómodo, incluso como poca valía o alguien sin nada «interesante» de qué hablar.
Tal vez me vean como alguien poco práctico. Alguien sin hambre de empresa ni dinero. Alguien sin ambición, pero ¡Qué equivocados están! Aunque prefiero mostrarme como soy: Más humano. Sensible. Dispuesto a la introspección. Sin máscaras. Con sed de evolucionar en todo sentido. Somatizando la forma de estar en sincronía con mi ambición.
En muchas conversaciones que intenté establecer, no encontré eco. Ese entorno definitivamente no estaba en conexión. Porque su atención estaba tomada por el teléfono, por los compromisos, por el afuera. Mis palabras, mis gestos, mis preguntas… Se diluyeron entre sus notificaciones y su necesidad de estar en mil lugares a la vez.
Al final de esos momentos, cuando ya todo estaba dicho, aquel entorno se permitió compartir… Pero no conmigo. Y eso también fue parte del aprendizaje.
Porque lo que no recibí de ellos, me lo di yo. Lo que no se me dio en presencia, me lo di en conciencia. Y entonces entendí:
A veces, la vida no pone a determinado entorno para que me escuche. Pone a un entorno para que, en su ausencia, yo aprenda a escucharme a mí mismo.
No siempre se trata de entablar y mantener conexiones. A veces se trata de reconocer que esa conexión —aunque no haya existido— ya cumplió su propósito, solo fue lo que tenía que ser. Y dejarla ir, o transformarla, es parte del crecimiento. No porque aquel entorno falló… Sino porque he florecido.
Y así, con cada historia que parece un desencuentro… En realidad, me reencuentro conmigo mismo.
Es muy jodido querer conectar cuando el entorno no está en sincronía con uno. Por eso, es más importante buscar la conexión conmigo mismo que con quienes me rodean en ese momento. Ya llegará el día en que todo sea cómplice de un entorno favorable para ambas partes.
Gracias, gracias, gracias.
Te leo.
Te deseo un excelente y maravilloso día.
Dios te bendiga.