Llevo semanas sin escribir.
Y no por falta de ideas, inspiración o temas que me quemen por dentro.
No.
La razón es más simple, más humana y más incómoda:
me mamé de esa mierda.
Todo este teatro del emprendimiento te vende libertad… pero te mete a otra cárcel:
la cárcel del «publica todos los días»,
la cárcel del «si te desapareces, el algoritmo te castiga»,
la cárcel del «si no posteas, te borran».
Y lo peor es que uno cae.
No por tonto: por inercia.
Por miedo a perder «tracción».
Por ese veneno silencioso de sentir que si no apareces, dejas de existir.
Y ahí se jode todo.
Porque empiezas escribiendo por gusto y terminas escribiendo por obligación.
Terminas acomodando tu voz a lo que «supuestamente funciona», filtrando tu sinceridad para no molestar, cortando tus ideas para caber en un formato que no inventaste y que no te representa.
Hasta que un día el hastío explota.
Yo exploté.
Me cansé de pensar qué quería Instagram.
Me cansé de traducir mi voz para LinkedIn, como si tuviera que ponerme corbata mental para sonar «profesional».
Me cansé de hacer malabares con versiones distintas del mismo mensaje para cada red.
Y entendí algo que me costó identificar:
No estaba cansado de escribir.
Estaba cansado de escribir desde la obligación.
Por eso bajé la frecuencia de publicaciones.
Así, sin drama.
Sin avisos.
Sin pedir permiso.
A la mierda el algoritmo. Ya veré qué hago.
Porque no quiero existir para una plataforma.
Quiero existir para lo que digo.
Para quien lo necesita.
Para mi voz real, no para un calendario editorial que parece una cadena de producción.
Y esto conecta directamente con algo que escribí en otro artículo:
«Lograr metas sin un SMART, un Excel o un Gantt» —acá te dejo el link—.
Porque al final es la misma raíz:
la obsesión con estructurarlo todo, medirlo todo, controlarlo todo, planificarlo todo…
y perderse a uno mismo en ese intento.
Nos vendieron la idea de que sin proceso no hay resultado.
Que sin disciplina robótica no hay crecimiento.
Que sin constancia diaria no vales.
Pero la vida —y la creatividad— no funcionan así.
No son hojas de cálculo.
No son métricas.
No son algoritmos.
A veces avanzar significa parar.
A veces producir significa respirar.
A veces crecer significa mandar todo al carajo un momento y volver a ti.
Eso es lo que estoy haciendo ahora:
escribiendo esto no porque «toca», sino porque me nació.
Porque se me juntó la saturación, la lucidez y el fastidio en un solo punto.
Y ahí sale mi verdad.
Siempre.
Si tú también estás mamado/a, no es el contenido:
es la presión de existir para un sistema que no te ve.
Yo me cansé.
Y hoy vuelvo a escribir desde el único lugar que vale la pena:
desde mí.
Gracias, gracias, gracias.
Te leo.
Te deseo un excelente y maravilloso día.
Namastè
