Durante años estuve programado para tener metas.
Metas grandes, medibles, alcanzables, retadoras.
El famoso SMART.
Sí, bonito, retador, inquebrantable.
Ja, aj, ja, ja ja.
Como arquitecto, tenía que establecerlas y cumplirlas.
Sin metas no había proyectos, y sin proyectos, no había entregas.
Desde antes de diseñar, ya debía tener un listado interminable de éstas.
Lo que en mi jerga se llama: «Programación».
Una aterradora barra de Gantt que era una pesadilla berraquísima.
Así fue desde 1989 —cuando empecé a estudiar arquitectura— hasta junio de 2024.
Y créeme: esa mierda mama.
¡A mí, ya me mamó!
Aburre.
¡A mí, ya me aburrió!
Cansa.
¡A mí, ya me cansó!
Mis ojos eran cuadriculados.
Era un autómata.
Tanto, que estuve a punto de perder a mis hijos por ese automatismo de cumplir metas ajenas y presiones externas.
Pero eso ya es tema de otro post.
Cuando empezó mi proceso de reseteo mental —diciembre 12 de 2018—, cambiaron muchas cosas que yo creía normales.
Entre ellas, el hecho de establecer metas.
He estado en muchos entrenamientos de crecimiento personal, y en todos repiten la misma cantaleta:
«Establece tus metas».
Si no lo haces, te dicen que no tienes rumbo.
«El que no sabe para dónde va, cualquier bus le sirve».
Y me creí esa frase por seis años.
«Sin metas no hay dirección», decían.
Y yo… obedecía.
Hoy digo que son frases respetables, pero cuestionables.
No soy «gurú». No pretendo serlo.
Ojo, no estoy en contra de las metas.
Pero sí de la forma en que nos venden esa idea.
Un día, mi cuerpo, mi mente y mis ganas dijeron: ya no más.
Y me quedé quieto.
Sin «metas».
Sin un supuesto «norte».
Sin ese puto mapa que te venden como «la fórmula del éxito».
Al principio, mi ego o mi mente, creyeron haberse perdido.
Porque veía a todos revisando sus metas en su agenda, en el móvil o en la laptop.
Algunos felices, otros frustrados.
Y yo… qué? —me pregunté.
Aun así, también me incomodaba el hecho de volver a ese ritmo infernal.
Así que decidí seguir escuchándome.
Me percaté de que hay otra forma de vivir.
Otra forma de perseguir sueños.
Una donde no necesito correr detrás de un objetivo para sentirme valioso.
Una donde puedo crear, amar, podcastear, escribir… sin ser una máquina de productividad.
Sí, quiero abundancia.
Sí, quiero libertad.
Pero no a costa de mi paz.
No a costa de lo que dicen otros que les funciona.
Tal vez sea cierto lo que dicen.
Tal vez no.
De hecho, he visto a varios de ésos, enfermos. Lo he leído en noticias, en artículos de revista.
Lo que dicen los «gurús» tal vez no sea cierto en su totalidad.
No quiero ser esclavo de un calendario,
ni de una libreta con frases motivacionales.
Porque tal vez no se trata de tener más metas,
sino de tener más momentos conmigo mismo.
Más silencio.
Más verdad.
Y si eso no encaja con el discurso de los «mentores del éxito»,
pues que no encaje.
Tengo metas, sí.
Pero las ejecuto a mi ritmo.
Estoy lejos de competir con los demás.
Ya no me afano.
Aún no estoy donde quiero estar,
pero la presión del entorno externo… empezó a valerme huevo hace mucho rato.
Estoy escribiendo mi tercer libro.
Lo tenía planeado para una fecha.
Y una noche, sentado a las dos de la madrugada (escribiéndolo) —por esa puta autopresión—, algo me preguntó:
¿Cuál es el afán de tenerlo para esa fecha?
Mi principal meta es aprender a estar y a vivir conmigo mismo.
Aprender a vivir diferente, sin someterme a fechas de programación.
Sin someterme a retos económicos —que sí me interesan—, pero a mi ritmo.
Me interesa ir tranquilo, a mi ritmo.
No al ritmo de lo que dicen los demás.
Que lo logre o no, depende solo de mí.
De nadie más.
Por encima de esas fechas o esas metas, se encuentra algo más importante:
la constancia, la perseverancia, la disciplina.
Pero no la que te imponen desde afuera,
sino la que nace desde lo más interno de cada quien, lo que llaman intuición.
Esa que no se mide en resultados, sino en presencia.
En estar.
En seguir.
En levantarte, no porque el calendario lo diga, sino porque tú lo sientes.
Tal vez alguien lea esto y diga:
«Este man es un mediocre».
«Un fracasado».
«No va a llegar a ningún lado».
De pronto sí. De pronto no.
Depende del concepto que maneje cada quien.
Para mí, voy bien.
A mi ritmo.
Con mis deseos, mis ganas, mis ambiciones.
Y nadie está en posición de cuestionarlas.
Solo te invito a hacer un PARE en el camino y revisar si lo que estás haciendo te mueve de verdad, o es solo el resultado de presiones externas.
¿Y si la principal meta de tu vida… fueras tú?
¡Piénsalo!
Gracias, gracias, gracias.
Te leo.
Te deseo un excelente y maravilloso día.
Namastè
