¿Sabes cuándo te das cuenta de que tu autoridad como padre o madre tiene fecha de vencimiento?
Cuando tus hijos prefieren escuchar a sus amigos antes que a ti.
El día en que tus hijos deciden que eres obsoleto/a.
[…]
Los míos ya trabajan, cada uno en su camino.
Algunas veces me copian.
Otras, hacen lo que se les da la gana.
Y éso la aplaudo, porque no se dejan meter los dedos en la boca.
Pero el mayor… ese marica es mi espejo.
Me devuelve mis propias lecciones.
Y mis propios errores.
Con la misma edad que yo tenía, hace lo mismo que yo hacía.
Como si su misión fuera susurrarme:
«¿Qué se siente, malparido?».
Ja, ja, ja, ja.
Ayer llegó feliz, con unas compras que logró pagando con ahorros de cuatro o cinco meses.
Una lección para mí.
A su edad yo no había hecho un carajo.
¿Ahorrar 2.700 dólares? Ni en sueños.
Yo estudiaba porque me dijeron que eso me daría plata en el futuro.
Ja, ja, ja, ja.
Y aquí viene la primera lección:
«Ser papá no es imponer; es aprender a perder el control sin perder la conexión».
De todo lo que compró este marica, hubo tres cosas con las que no estuve de acuerdo.
Porque para mí representan un riesgo para su integridad física.
Para él, no.
Y me lo dijo:
—Confío más en mis amigos. Tú no sabes nada.
Me lo repitió tres veces.
A la tercera, mi ego de padre dolido salió a relucir.
Terminé discutiendo con él y mandándolo pa’ la mierda.
Ja, ja, ja, ja.
A pesar de trabajar mis emociones, mis hijos, son un espejo en donde puedo ver lo que aún me falta por resolver en mí.
Y aquí entra la herida.
Porque toda la vida me dijeron:
- «Usted no sabe nada».
- «Es un inútil».
- «Es un bruto».
- «Un bueno para nada».
Y cuando fui papá, me remataron:
- «Es el peor padre del mundo».
Las heridas que no sanas en ti, las ves sangrar siempre.
Esa herida sigue abierta.
Y, aunque trabajo a diario en sanarla, basta un comentario para que sangre otra vez.
De todo esto tengo un artículo próximo:
hablaré de la basura mental que nos metieron a ti y a mí.
Porque nos la creímos.
Yo me la creí.
Y no, mi hijo no es responsable de esto.
El responsable soy yo.
Debo seguir trabajando en mí.
No hay otra.
Mi padre siempre me buscaba.
Yo ya no busco a mis hijos porque están en su propio planeta y, en algunos países de su mundo no tengo entrada.
Respeto su espacio. Y si me necesitan, saben dónde encontrarme, de hecho, siempre lo hacen, y ahí siempre me encuentran con las puertas, el amor y la disposición abiertas para ellos.
Pienso que la paternidad y la maternidad si encajan en una sola frase:
«Hasta que la muerte los separe».
El resto es pura mierda.
Ja, ja, ja, ja, ja.
Los amo.
Quiero lo mejor para ellos.
Solo que no les voy a poner todo en bandeja de plata.
A mí me lo dieron todo.
No aprendí a crear mis propias herramientas.
Mis hijos sí.
Prefiero que suden ahora, a que se rompan después.
Ser papá no es mandar, ni salvar.
Es mirarte al espejo en la cara de tus hijos…
y decidir si repites la historia o la rompes.
Yo ya elegí:
Seguir trabajando en mí.
Porque si yo cambio, todo cambia.
[…]
Si esta historia te pegó, échale un ojo a la otra:
«Hoy mi hijo me dijo: tienes huevo».
Va en la misma línea… pero con más dolor, más risas y más verdades incómodas.
[Acá te dejo el link del artículo]
Y si después de eso te da por comprar mi libro, hazlo.
Ahí dejé todo: errores, aprendizajes y las cicatrices que todavía me pican.
[Acá te dejo el link de mi libro]
Gracias, gracias, gracias.
Te leo.
Te deseo un excelente y maravilloso día.
Que la fuerza que sostiene el universo te abrace, te guíe y te abra todos los caminos.