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Reflexión acerca de enfrentar el dolor en la vida.

¿Qué haces con lo que te duele de verdad?

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  • Última modificación de la entrada:23 agosto, 2025

¿Lo callas, lo dejas pasar o lo enfrentas?

¿Por qué te caería bien leer esto?

Porque quizá, como yo, también peleas con esa vocecita que te dice: «no vas a poder».

Es esa voz que aparece justo cuando más quieres avanzar, cuando quieres empezar algo nuevo, cuando quieres dar un paso hacia otro camino.

Y si no la enfrentas, te roba. Te roba ganas, energía, sueños… y la vida entera.

Incluso, a veces ni la escuchas pero es quien toma las decisiones por ti. Yo ya la he identificado en muchas partes de mi vida.

[…]

Son las 6:30 a.m.
Me levanto, alimento a mis seis gatos y me siento unos minutos a observarme. Antes, analizo un sueño que tuve.
Desde que inicié este proceso de reencontrarme, descubrí que puedo recordar casi todo mi mundo onírico.
De siete días, cuatro o cinco logro recordarlos y los transcribo a un documento.

7:45.
Hora de salir a trotar.
Mi último registro: 4.750 metros sin parar (acá te dejo esa historia).
Hoy voy por 5.020.

Sé la distancia exacta: desde el Centro Comercial Plaza Central hasta la portería del conjunto residencial donde vivo porque la medí desde una una app del móvil mientras caminaba. De paso, intento caminar mínimo 3.000 metros al día.

Caliento 15 minutos.
8:10, clic en play de la app… clic en mi mente y mi cuerpo.

Apenas llevaba 250 metros cuando mi pie izquierdo se dobla hacia afuera.
¡Qué dolor tan malparido!
Me siento en el suelo.

—Hasta aquí llegamos —me dice esa vocecita de mierda.

La escuché y, al mismo tiempo, sentí un impulso interno.
—No me vas a joder —le respondí.

Me levanté con dolor, empecé a apoyar el pie como pude, con punzadas que me atravesaban hasta la cabeza.
Aun así, continué.
El dolor se fue disipando.
Quedaba el objetivo: 5.020 metros sin parar.

Pero la vocecita volvió:
—No vas a poder.
—Vete pa’ la mierda —le contesté.

[…]

El recorrido tiene cuatro puentes peatonales: tres con rampas y uno con escaleras —primera vez que lo hago tipo reto personal—.
En el primero, el dolor volvió. Quería parar, pero visualicé a mi otro yo esperándome en la puerta del centro comercial. Seguí.

En el segundo, casi sin aire, resistí.
En el tercero noté que los shots de velocidad de la semana pasada estaban dando frutos.

En el cuarto, mis piernas ardían como si hiciera sentadillas extras. Temblaban. Bajando las escaleras, casi me voy de jeta. Me agarré de la baranda y solté una carcajada.

Ja, ja, ja, ja, ja.

—Ya falta poco —me dije.

La música me empujaba. Cada bajo se sincronizaba con mis zancadas.
Doy vuelta a la izquierda, y ahí estaba mi meta.

Gratitud. Tranquilidad. Felicidad. Dicha absoluta.
Yo con yo, dándome frutos.

—Lo logré… pero vamos por una milla más.

Llegué hasta la siguiente portería: 5.320 metros alcanzados hoy.
¡Qué maravilla!
¡Lo logré!

Pequeños pasos.
No planifico, no me obsesiono, no me presiono.
Solo me levanto y digo: hoy hago esto.
A mi ritmo.
A mi puto ritmo.
No al de los gurús, no al de los demás.

Cada quien tiene su proceso.
No hay tips, no hay pasos a seguir.
Cuerpos distintos. Mentes distintas. Ritmos distintos. Ganas y deseos distintos.

Por ende, objetivos distintos.

He seguido y modelado a otros, claro. Sería absurdo negarlo.
Pero no tengo ídolos.
No admiro a nadie.
De todo lo que leo, veo o escucho, rescato lo que me resuena. Lo adapto.
Con mi intensidad.
Con mi ritmo., con mis fuerzas y mi motivación —solo yo con yo, nadie más.

Ya relajado, me devuelvo caminando.
Primer paso con el pie izquierdo…
¡Qué dolor tan hijueputa!

No puteé porque había un grupo de viejitas finas, elegantes, divinas y tiernas riéndose entre ellas. Pero el dolor era más fuerte que al principio.
Cojeaba.
Me faltaban otros 5.320 metros para volver.

Ja, ja, ja, ja, ja.

Ahora estoy sentado escribiendo esto. Pie sobre una bolsa de hielo.
¿Me duele?
¡Putamente!

¿Mañana? Calistenia.
¿Pasado mañana? Trote de nuevo.

¿Cómo?
Igual que David Goggins: así tenga que amarrarme el pie.
Nada me va a detener.

[…]

Reflexión final

Esa vocecita interna nunca se calla.
Siempre está lista para frenarte, recordarte que duele, que estás cansado, que no vale la pena.

Pero también está la otra voz.
La que dice: «Un metro más. Una milla más. Un día más».

La primera voz quiere que sobrevivas.
La segunda quiere que vivas.

Y aunque el dolor sea real, la decisión también lo es.
Yo ya escogí a quién escuchar.

Y si algo de todo esto te resuena, en mi libro encontrarás una que otra historia más donde el autosaboteo me jodió en todos los aspectos de mi vida. Historias igual de crudas, pero que quizá te hagan mirarte distinto.

(Puedes chismosearlo aquí)

Gracias, gracias, gracias.

Te leo.

Te deseo un excelente y maravilloso día.

Que la fuerza que sostiene el universo te abrace, te guíe y te abra todos los caminos.

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