¿Será que voy avanzando, me encuentro estancado o he retrocedido en mi proceso?
Todos los días son diferentes, de hecho, existen los días buenos y los «desfavorables»; es más, me atrevo a decir que cuando se toma la decisión de ir por el camino atípico es cuando más adversidades se presentan y me dan para pensar que mis días son «inadecuados».
Está más que comprobado el hecho de que nuestros pensamientos están dominados por el subconsciente, es decir, el 97% de éstos pertenecen a aquellos recuerdos, taras, enseñanzas y paradigmas estúpidos que nos han sido inculcados en nuestro ADN. Además, estos vienen de generaciones atrás.
En algún momento de mi vida en este nuevo proceso, Dios, el Universo, o como tú quieras llamarlo —para mí es «EL PADRE, MI Fuente Divina»—, me hizo darme cuenta de que aún tengo pensamientos inconscientes que dominan mi existencia.
Pensé que ya había sanado heridas del pasado, o simplemente, inconscientemente las había guardado en el baúl de los recuerdos con el ánimo de no volverlas a enfrentar y decidí pasar la página.
Siendo las 6:00 horas de un día martes cualquiera, empecé a notar una hinchazón en mi mejilla derecha, me tocaba con la punta de la lengua y sentía un dolor punzante en la encía de mi premolar derecho; lo curioso es que ese diente o muela yo ya no lo poseo dentro de mi estructura desde hace muchos años.
Mi rostro se apreciaba algo chistoso, tanto así que mi hija empezó a decirme «Kiko».
Son las 3:27 horas del día miércoles:
Un dolor intenso en mi rostro al costado derecho me despertó, sentía mi ojo medio cerrado y un bulto grande de ese mismo lado. Me levanto, limpio las areneras de mis gatos y me dirijo al baño. De repente, ¡oh sorpresa!, mi cara completamente transformada —el lado derecho—, mi ojo casi que cerrado, y un bulto de gran magnitud resaltaba. La presión que tenía en mi cara era fuerte, además, sentía dormida gran parte del mismo costado.
Son las 3:45 horas, entro a la habitación de mi hija para avisarle que me voy de urgencias al médico:
—¿Por qué, papi? —pregunta ella.
—Por esto, hermosa —en seguida prendí la luz y ella, que estaba medio dormida, quedó despierta de ipso facto al ver mi rostro.
Como es habitual en ella y en cualquier hijo/a —creo— su primera reacción fue burlarse de mí.
Son las 4:01 horas.
Salgo del apartamento rumbo al hospital más cercano. En el camino recordé lo que había leído el día anterior respecto a estos malestares; últimamente mantengo presente la frase: «el cuerpo es el lenguaje del alma».
Me preguntaba:
—¿Qué no he sanado aún? —¿Qué necesito decir o expresar para que este adefesio que brotó de mi cara desaparezca?
No soy amante de ir al médico, de hecho, nunca me he enfermado. Una que otra gripa por ahí, pero de eso no pasa. En los últimos cinco años no he ido al médico ni una sola vez ni siquiera para una revisión, porque estos personajes ni siquiera se sientan a escuchar al paciente; no se toman la molestia ni el trabajo de ejercer su oficio detalladamente, simplemente ya están automatizados y mecanizados para despachar a cualquier persona en veinte minutos máximo con una larga lista de medicamentos. Para eso les pagan, es su trabajo, han permitido ser sometidos a un sistema absurdo y subyugante, —no los culpo—.
Ahora, en mi nuevo camino he aprendido a sanarme solo; cualquier molestia que tengo, simplemente me siento a meditar enfocándome en ésta y en una hora como máximo ha desaparecido de mi cuerpo y de mi mente tal afectación; no obstante, en esta ocasión no fue así, y tuve que ir de urgencias porque sabía que eso en mi cara era un absceso, sinceramente un efecto secundario de lo que en realidad estaba sucediendo en mi interior.
El alma expresa sus heridas y dolores a través del cuerpo, y en esta ocasión se estaba manifestando un sentimiento de rabia que experimenté hace un par de días hacia una persona específica. Adicionalmente, mi sentimiento de baja autoestima se estaba mostrando a raíz de esas sensaciones de frustración, considerando que en ocasiones las cosas no salen como las he planeado.
Son las 6:30 horas.
Me revisa el neurocirujano y me dice que se debe programar una cirugía porque no es normal aquella masa que estaba creciendo de forma impresionante.
—Lo siento, doctor, pero no tengo EPS, no puedo cubrir esos gastos, solo deme algo para calmar ese dolor tan fuerte que tengo, y un antibiótico cualquiera para bajar la inflamación —argumenté—.
—Vamos a consultar con un colega y en seguida hágame el favor de hablar con las personas de trabajo social para remediar el asunto y continuar con el procedimiento —dijo aquel doctor.
07:15 horas.
Me revisa nuevamente aquel doctor en compañía de un especialista, aunque para mí todos son iguales.
—Le vamos a dar la orden para una valoración bucal, se toma estos medicamentos y nos vemos en una semana —dijo aquel personaje.
—Gracias, doctor, es usted muy amable —le respondí.
Yo ya sabía lo que tenía que hacer.
Mientras estaba esperando a que me atendieran comencé a leer un libro el cuál yo intuía me podía ser de gran ayuda. Acostumbro siempre a salir del apartamento con un libro —¡qué mejor compañía!—.
No paré de leer aquel ejemplar hasta que lo terminé ese mismo día —236 páginas—. Allí me encontré con eso que yo ya sabía pero que de forma inconsciente lo había dejado quieto hace un par de años.
La vida siempre me ponía a aquella persona con tremendos aprendizajes pero permanentemente me hice el loco.
Decidí sentarme a hacer una carta de perdón dividida en tres partes:
Perdón horizontal. El cual consta de perdonar a esa o esas personas que considero yo, me han lastimado y que ese puto orgullo de mierda no me permitía ver más allá de las narices y aceptar que yo soy el gran responsable de la situación. Este perdón horizontal consiste en perdonar en ambos sentidos, es decir, pedir perdón y perdonar.
Perdón vertical. Consiste en aceptar que Dios, Jehová, como tú le quieras decir o La Fuente Divina —como le llamo yo—, no tiene nada que ver en este asunto; por lo tanto, consiste en librar de toda responsabilidad a ese ser o a esa energía y asumir que yo soy el responsable de todas y cada una de las situaciones que suceden a mi alrededor.
Por último, está el perdón a mí mismo. Personalmente, me caracterizaba por ser una persona que me daba muy duro —me refiero a automaltrato verbal y emocional—, era demasiado estricto conmigo mismo, no me perdonaba falta alguna, todo tenía que ser perfecto. Esta autolapidación es lo que más me ha llevado a la debacle personal TREMENDAMENTE PODEROSA que he experimentado y que te cuento en mi libro: «TÉMPERA MENTAL, de regreso a mi yo verdadero».
Lo peor que he podido hacer como ser humano en todos los roles que he experimentado, es ser tan severamente exigente e incompasivo conmigo mismo, cuando debería ser todo lo contrario. Todos somos personas que hemos venido a experimentar y a aprender de todas y cada una de las situaciones que se nos presentan en la vida. Desafortunadamente se nos ha implantado el chip de la autodestrucción, en donde no somos empáticos con nuestros semejantes y mucho menos con nosotros mismos.
Esto yo ya lo sabía, pero no me había dado cuenta de la proporción verdadera en dicha situación; solo fue hacer el ejercicio completo, honesto y sincero del perdón —del que te hablo en el capítulo «el baúl de los recuerdos» de mi libro— y todo empezó a tomar unas tonalidades diferentes en mi vida, sentí que el peso que me quedaba por liberar se desprendía de mi espalda y empecé a sentirme mejor. En dos días, la inflamación y el dolor habían desaparecido de mi rostro.
No me creas nada de lo que expreso en estas líneas, de hecho, pienso que puedes ser uno de esos/as escépticos/as que solo lee —si es que llegaste hasta acá— y sonríes en tono burlesco.
«No me creas nada de lo que estoy diciendo acá, compruébalo tú mismo a través de tus vivencias». Pero, ¿qué tal si empiezas a hacer una lista de esas personas hacia las que sientes algo de orgullo y prepotencia y empiezas a ver sus cualidades, virtudes y talentos?
¿Qué tal si identificas esas molestias que manifiestas a través de tu cuerpo, y empiezas a verlas desde lo que tienes que soltar y dejar ir a través del perdón, o mejor, a través del entendimiento poniéndote en los zapatos del otro/a?
Lo importante acá es la salud mental y física de sí mismo/a; lo importante acá es vivir sin rencores y sin resentimientos, además, librarse de todo tipo de culpa que lo único que afecta es el propio bienestar el cual se ve reflejado a través de la salud en el cuerpo.
Inténtalo, no tienes nada que perder.
Te deseo un excelente y maravilloso dìa.
Dios te bendiga.
Namastè