Luego de una conversación de más de veinte minutos, volvimos a la oficina pero Pepito salió nuevamente y no regresó en el resto del día.
En este punto, reconozco que salió a flote mi ego pendejo, no de la forma en que lo hacia antes de manera repetitiva, pero salió a la luz. Pepito, me invitó a conversar afuera de aquel lugar para evitar que los muchachos ―arquitectos colaboradores― se enteraran de nuestro impase.
―Siento que con su llegada, los muchachos que me colaboran ahora me rechazan, ―no sé que les habrá dicho usted, pero el ambiente en la oficina acá es tenso hacia mí, ―comentó Pepito.
―Yo aquí vine a servir, a dar una mano para que este proyecto llegue a un feliz término, ―respondí.
―No me agrada lo que está sucediendo, ―replicó él.
―Si usted lo prefiere, y para evitar su incomodidad, yo no tengo problema alguno en irme, ―mi objetivo no es ser un obstáculo y mucho menos una piedra en el zapato, ―respondí.
El arquitecto que se ofendía, o mejor, se emputaba cuando alguien intentaba meterle mano a sus diseños o a sus decisiones en obra.
El arquitecto que se tornaba celoso cuando alguien emitía algún tipo de comentario respecto de su trabajo.
El arquitecto al que se le ponía la cara de un rojo bastante fuerte cuando veía que alguien sugería una idea mejor que la mía, dejando de lado lo que yo había hecho.
El arquitecto que defendía con espada, y a muerte, sus ideales, por encima de quien se parara frente a mí.
La única diferencia es que al que vi hoy, no fue agresivo conmigo, pero si me manifestó su malestar, por ende, su ego herido.
Yo llevaba más de cinco años sin ejercer la arquitectura de forma oficial, sin codearme con más profesionales, sin trabajar en «equipo». Pienso que esta nueva oportunidad, mi Fuente Divina la ha puesto ahí para ponerme a prueba, obligándome llevar a la practica lo leído y estudiado durante estos casi cinco años.
Ha llegado la hora de volver al ruedo como arquitecto, no sé si esto sea permanente, aunque pienso que es un escalón que debo superar y probarme a mi mismo si en verdad estoy listo para pasar al siguiente nivel.
A título personal, la arquitectura es una de las profesiones donde más se manifiesta ese ego marica y estúpido en donde «nada ni nadie está por encima mío, solo las nubes y el cielo».
[…]
Un gran amigo mío ―a quien bautizaré como Paquito―, me llamo hace un par de días para que le ayudase con la coordinación técnica de un proyecto arquitectónico ―diseño, algo que me apasiona en verdad―.
Luego de tres días de estar observando y analizando la propuesta arquitectónica que viene realizando este gran grupo de profesionales, me atrevo a emitir mis primeros comentarios; es aquí, en donde me encuentro con un colega ―a quien llamaré Pepito― y cuya filosofía arquitectónica es realmente estupenda. Sin embargo, Pepito aún no es consciente que ese ego manifestado es producto de una enésima cantidad de miedos, frustraciones y tal vez complejos.
No le gustaron ni poquito mis comentarios, aunque siendo sincero, pienso que éstos salieron de forma algo irónica. Debo reconocer que sus frases me chocaron porque me estaba indicando de cierta manera un paso a paso, ―siempre odie cuando alguien intentaba darme una secuencia a seguir porque yo tengo mi propia metodología―. Esa fobia a recibir indicaciones, tiene que ver con que sentía que era percibido como poca cosa ante los demás, por eso tenían que darme instrucciones.
―¡Qué ridículo!, ¿verdad?―
Tuve un fin de semana para reflexionar y analizar el asunto. Me dí cuenta que no había aplicado en su totalidad lo aprendido últimamente; pienso que quien más se equivocó en dicho evento he sido yo, porque conozco y he estudiado del tema, me he ocupado en investigar al respecto, entonces ¿quién es el responsable de lo que está sucediendo?
YOOOOOOOO
El lunes siguiente llegué muy temprano y Pepito ya estaba ahí:
―Hola Pepito, ¿cómo está?, ―¿qué tal el fin de semana?, ―pregunté.
―Muy bien Federico, gracias, ―respondió él.
―Este fin de semana estuve trabajando en el proyecto, ―necesito de su opinión para poder avanzar, ―me interesa conocer su punto de vista al respecto, ―dije.
La mirada de él cambió, la expresión de su rostro también, y se prestó a escucharme.
Hablé de mi propuesta pero dándole a Pepito la importancia que él se merece, siempre resaltando el trabajo realizado por él, además, de poner su gestión como el punto de partida para lo que yo estaba realizando. Hablé en el lenguaje que él acostumbra, ―obviamente somos arquitectos, y tenemos similitud en nuestra jerga―. Luego, escuche su feedback en el que no desestimó lo hecho por mí, de hecho lo complementó […] empecé a aplicar el «SÍ y…» a cambio del «Sí, pero …».
Aquel momento en verdad fue mágico, la tensión que existía de su parte hacia mí desapareció, el ambiente de trabajo que se creó fue otro. Fue un excelente día, trabajamos Pepito, Paquito y yo, como un verdadero equipo; Pepito, además interactuó con mayor empatía hacia los demás arquitectos ahí presentes. Tanto así, que éste cada vez que iba a hacer un cambio en el diseño me lo consultaba, por ende, mi reciprocidad salió a flote; es más, Pepito me invitó de manera muy amable a visitar unos diseños que él había hecho y ejecutado en obra para que yo los tuviera como ejemplo, por supuesto, sus sugerencias las ejecute en lo mío.
[…]
En resumen, reconociendo como persona y como profesional en su trabajo a quien tienes en frente, es una puerta inmensa que conduce a la empatía y colaboración mutua, por tal razón, ésto lleva a un crecimiento recíproco en todo aspecto.
Es sano tratar a nuestros semejantes de la misma forma en como nos gustaría ser tratados.
Es sano dar la debida importancia a nuestros semejantes, tal como nos gustaría recibir valía.
Es sano reconocer el mérito de nuestros semejantes, de la misma forma en como nos gustaría ser distinguidos.
Es sano mantener relaciones empáticas y sinérgicas, esta es la única forma de lograr un crecimiento y aprendizaje mutuos.
Es sano dejar de pensar desde nuestro beneficio egoísta, es sano pensar en el beneficio de nuestros semejantes, solo así, recibiremos la recompensa que realmente requerimos para el propio bienestar. Esto es lo que Stephen A. Covey bautiza como el «gana – gana».
Recuerda que recibimos en la misma proporción que damos.
Te deseo un excelente y maravilloso dìa.
Dios te bendiga.
Namastè