En alguno —o algunos— de mis post en el blog he contado que mi mundo onírico es poderoso.
Algunos «expertos» suelen decir que quien sueña y recuerda sus sueños, o está loco o enfermo.
«Mierdireglas».
Llevo varios años teniendo infinidad de sueños.
No los voy a detallar aquí, pero lo que entendí fue esto:
Y ojo, esta es mi interpretación.
Quien sepa más del mundo onírico podría refutarme.
No esos «expertos» que mencioné al inicio.
Ja, ja, ja, ja, ja.
Dicen —yo no sé— que mucho de lo que vemos reflejado en nuestra vida adulta viene de lo que vivimos hasta los siete años.
Y sí, en los últimos siete años yo he vivido lo que muchos llaman un «despertar».
Pero esa palabra, pienso que es muy grande, así que prefiero llamarlo desahuevamiento mental.
Durante este tiempo he logrado entender el porqué de muchos fracasos en mi vida.
Todo se relacionaba con una sola cosa: mi autoestima.
Y la mía no estaba por el piso, estaba enterrada.
Según los que saben, esa autoestima deplorable es el reflejo de un niño interior que no ha sido escuchado.
Y cuando escuché esa frase, me revolvió la cabeza igual que la otra:
«Suelta y confía».
¡¿Qué significa esa mierda?!
Para mí eso era chino, o más bien, lenguaje alienígena.
Me rompí la cabeza leyendo libros y viendo videos para entender esa vaina.
Y como no entendía nada, adivina qué pensé:
«Soy un bruto. No soy capaz de entender esta mierda».
Y claro, mi autoestima, aún más baja.
Lloré. Literal. Lloré desesperado por entender.
Hasta que, con el tiempo, me cansé.
Y empecé fue a hacerme el huevón.
Ja, ja, ja, ja, ja.
Mis meditaciones se fueron intensificando, y esta técnica sí que me ha servido de forma brutal.
Desde entonces, mi mundo onírico se ha vuelto más poderoso, más placentero, más curioso.
Y fueron varios, de hecho, muchos sueños, los que me mostraron algo que ningún libro me explicó:
No hay que sanar al niño interior. Hay que dejarlo volver.
Hay que permitirle reír y llorar como antes.
Ser sincero conmigo mismo y por ende, con los demás.
Es volver a jugar.
Volver a mirar con alegría.
Volver al presente.
Eso, para mí, no es sanar.
Es integrar.
Es aceptar que ese niño nunca se fue, solo lo metí en un rincón porque pensé que ser adulto era dejar de sentir.
No es «elevar la frecuencia» ni «alinear los chakras» ni «manifestar la abundancia».
Es volver a ser honesto contigo.
Dejar de tratarte como un adulto lleno de culpas y permitirte hacer lo que siempre supiste hacer:
¡VIVIR!
Porque al final —y esto lo entendí en esos sueños—,
el niño interior no se cura ni se arregla:
se integra cuando lo dejas salir a jugar otra vez.
¿Lo he logrado en todo?
No, aún no.
Hay un tema pendiente en el que a ese niño interior le aterroriza salir y ser tal cual es él.
Me ha costado que ese pequeñín extienda la mano y decida confiar en mí.
O tal vez, soy yo quien aún no ha aprendido a confiar del todo,
para que ese niño pueda, por fin, soltar y confiar también.
[…]
No tengo todas las respuestas.
Aún me falta camino por recorrer.
Pero te aseguro que funciona.
Y tú también puedes lograrlo.
Gracias, gracias, gracias.
Te leo.
Te deseo un excelente y maravilloso día.
Namastè