Todos creemos que tenemos domado al ego.
Hasta que alguien nos lo pone en la cara y nos desarma en segundos.
Esto no va de frases motivadoras ni de dibujar un buda en la libreta. Va de la putería que te da un simple comentario, de lo rápido que quieres defenderte y de lo mucho que cuesta cerrar la boca cuando lo único que te pide el cuerpo es escupir veneno.
El otro día me encontré con un viejo conocido: el arquitecto Federico de hace unos años.
Ese que se emputaba si alguien tocaba sus diseños, que se ponía rojo como un tomate si otro proponía una idea mejor, que se agarraba a su ego como si le fuera la vida en ello.
La escena fue simple: mi colega Pepito no soportó mis comentarios y me lo soltó de frente. Nada de gritos, pero su incomodidad se notaba a kilómetros.
Y yo, claro, sentí el ego rascándome la nuca, pidiendo guerra.
La diferencia es que ya no reaccioné igual. Me tragué la bilis. Y eso, para alguien que durante años se creyó el rey de la selva arquitectónica, es un milagro.
Me pasé el fin de semana dándole vueltas.
Me di cuenta de que mis comentarios habían salido con ironía, de que no había aplicado ni la mitad de lo que he estudiado estos años sobre gestión del ego, emociones y demás.
En pocas palabras: el que la cagó fui yo.
El lunes volví distinto.
Reconocí el trabajo de Pepito, pedí su opinión, puse en valor lo que había hecho. Y pasó lo increíble: el ambiente cambió.
La tensión desapareció. De repente éramos un equipo y Pepito incluso me pedía feedback.
¿Qué aprendí?
Que cuando reconoces a la persona que tienes enfrente, cuando dejas de medir quién la tiene más grande y simplemente valoras su trabajo, todo fluye.
No es poesía barata, es puro sentido común.
El ego te hace perder tiempo y aliados. La empatía te hace avanzar.
Así de simple.
Si después de leer esto te pica la curiosidad, tengo un libro.
No voy a decirte que te cambiará la vida, ni que contiene las 7 claves secretas del éxito universal, de hecho, ya hay muchos libros que supuestamente te dan esas claves.
Léelo si te da la gana.
O chismosea.
O úsalo de portavasos, que igual aguanta.
Eso sí: si lo abres, prepárate a encontrar a un tipo que escribe sin filtros, con ego, con cicatrices y con más preguntas que respuestas.
Nada de héroes perfectos.
Solo vida real.
Gracias, gracias, gracias.
Te leo.
Te deseo un excelente y maravilloso día.
Que la fuerza que sostiene el universo te abrace, te guíe y te abra todos los caminos.
