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Esta frase es una de las más denigrantes que se le puede decir a otra persona

¡Me decepcionas!

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  • Última modificación de la entrada:6 octubre, 2025

Yo era íntimo amigo de esa frase.
La repetía como loro.
La solté mil veces en la cara de quienes yo juraba que «me causaban» ese sentimiento.

Y otras tantas veces la dije en silencio.

¡Qué estupidez!
Ahora que lo recuerdo me siento como un culo.

Ja, ja, ja, ja, ja.

Porque la decepción no la provoca nadie.
La decepción es la factura que te cobra tu propio vacío.

Cuando esperaba algo de alguien, en realidad esperaba que tapara un hueco mío.
Un hueco emocional, existencial, físico… da igual.
Esperaba que otro hiciera por mí lo que yo no era capaz de hacer por mí mismo.

La decepción es un espejo.
Un espejo de mierda, pero espejo al fin.
Te devuelve de frente la estupidez de tus expectativas.

Cada persona va a su ritmo, a sus ganas, a su deseo.
Y yo pretendía que bailaran al mío.

¿Resultado?
Me decepcionaban.

Y quizá el mayor error es a quién la mayoría de las personas se la dicen: a los hijos.
Ahí sí que ¡qué cagada!

«Me decepcionas, hijo/a».
¿Te imaginas?
Decirle a un niño o a un adolescente que lo que hace o deja de hacer define tu satisfacción como padre o madre.
Es brutal.

Y lo peor: lo dicen sin tener ni puta idea de por qué hacen lo que hacen.
Quizá no les explicamos bien.
Quizá nunca los orientamos de verdad.
Quizá lo que llamamos «guía» fue pura imposición disfrazada.

Pero claro, más fácil es gritar «me decepcionas» que mirarnos al espejo y aceptar que la cagada es nuestra.

Me considero afortunado de saber que a mis hijos nunca se los dije.
Porque sé lo que se siente escuchar esa puta frase:

«Uy, qué decepción».
«Pensé que usted era más».

Esa mierda sí que duele, sí que cala, sí que taladra hasta lo más profundo.
A mí me lo dijeron n-ésimas veces.
Tantas, que me lo creí.

Recibí esa frase de muchas personas que me rodearon en algún momento de mi vida.
Las únicas personas que jamás me lo han dicho son mis hijos.

Por lo demás, todos —o casi todos— de quienes me rodeé me lo dijeron alguna vez.

[…]

Al final, la decepción no tiene que ver con nadie, mucho menos con los hijos.
Tiene que ver contigo.
Conmigo.
Con cada uno que cree que el mundo le debe cumplir expectativas.

La próxima vez que sientas ganas de decir «me decepcionas», hazte un favor:
Párate frente al espejo y escúpela ahí.
Porque la única persona que de verdad te ha fallado… eres tú.

Gracias, gracias, gracias.

Te leo.

Te deseo un excelente y maravilloso día.

Namastè

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