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Reflexiones de un arquitecto desde el conflicto y la empatía

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  • Última modificación de la entrada:2024-07-17

He aprendido a ponerme en los zapatos del otro, no obstante, existen situaciones que maman, que aburren.

En la etapa de vida que me encuentro ahora, ya no estoy para discusiones, de hecho, pienso que cada quien tiene razón de acuerdo a su forma de pensar, de acuerdo a lo que tiene dentro de sí, para dar al mundo.

En mi vuelta al ruedo como arquitecto, me he encontrado con versiones mías del pasado, es decir, con personas que me han mostrado lo que yo era en ese rol en donde más brotaba a flor de piel, un ego estúpido y carente de sentido.

Hace un par de semanas, me encontré con una colega que llegó a imponer su ley en un proyecto que viene desarrollándose hace un poco más de dos meses. A aquella persona no le servia ni le gustaba nada de lo expuesto por mis pares ni por mí. Tanto así, que empezó a repartir a diestra y siniestra sus inconformidades, desbaratando en su totalidad nuestra propuesta arquitectónica que ya venía avalada por la Interventoría.

Yo estaba atónito de ver cómo la Interventoría y mis compañeros de trabajo —los consultores— se quedaban escuchando y asintiendo, por tal motivo, asumí la postura de no permitir más tal atropello —esto fue una reacción de mi ego—: entonces, respiré profundo y me desahogué.

Todos los ahí presentes se asombraron con mi reacción, luego, siguieron sus argumentos acorde con lo que yo venía diciendo. Pasados unos minutos, la tensión que había al escuchar a aquella arquitecta, empezó a cambiar. Su discurso —el de ella— fue diferente, se tornó más amable, su posición de ¡NO ME SIRVE NADA! cambió por un: ¡El proyecto está funcionando, ¿qué tal si le agregamos …? A partir de ahí, todo se convirtió en una conversación agradable, apareció una lluvia de ideas que enriquecieron el proyecto sin modificarlo tal como ella pretendía.

Al final, este personaje nos dió una palmadita en la espalda —metaforicamebte hablando— quedando muy entusiasmada con el trabajo expuesto y agradeciendo nuestro aporte al proyecto.

[…]

Luego, aquella arquitecta —quien resultó der de la misma universidad que yo—, me preguntó el porqué de mi molestía, a lo que respondí:

«Mi molestia es el resultado de usted venir armada hasta los dientes. Nosotros somos unos servidores y tenemos el derecho a ser valorados y apreciados, al igual que usted. No obstante, nótese la forma en que su discurso cambió ante mi reacción. Yo entiendo que usted muy seguramente tuvo algún momento o circunstancia que le provocó cierta incomodidad, desafortunadamente se desahogó con nuestro trabajo y peor aún, se encontró conmigo. Sus problemas son sólo suyos, así que déjelos allá, en donde usted misma los creó».

Tiene razón arquitecto, se presentó un percance con mi hijo. Lo lamento. —Gracias, —replicó ella.

Finalmente, quedamos en buenos términos, ella soltó, y ahora, en cada reunión que tenemos, se establece un diálogo cordial entre todos los pares.

En conclusión, yo tengo una cruz a mi espalda —he decidido cargarla agregándole determinado peso y dificultad—, tú también cargas la tuya, tu entorno de la misma manera, no obstante, éso no nos da el derecho de ir a estrellarnos o desahogarnos con el primero/a que se nos ponga en frente. Nunca sabremos con qué nos vamos a encontrar, por éso lo que está quieto se debe dejar en ese estado.

Ahora, nuestra «reacción» debe de tener un sentido y/o significado más valioso. Perfectamente yo pude haber respondido de la misma forma en que aquella arquitecta actuaba hacia nosotros, sin embargo, no lo hice. Y aunque mi postura fue de molestía, estuve pensando por unos momentos cada una de las palabras que iba a pronunciar, porque cuando ella llegó al lugar, se le notaba afectada notablemente. Esto quiere decir que senté una voz de protesta, no sin antes ubicarme en cualquier situación que aquella persona estuviera atravezando: no fui ofensivo, ni la maltrrate egoícamente como lo hubiese hecho en otros tiempos. Tanto así, que resultó dándome las gracias por hacerla darse cuenta de un «error» que cometía.

Hacer un berrinche no es malo, sí y solo sí, se evite agredir de forma indiscriminada a nuestro semejante.

Y ¿tú qué tal?

¿Eres reactivo u objetivo?

¿Te estrellas sin razón alguna contra el primero que se te atraviese?

Gracias, gracias, gracias.
 
¿Cuàl es tu opiniòn al respecto?
 
Te leo.

Te deseo un excelente y maravilloso dìa.

Dios te bendiga.
Namastè
Más acerca de mí.

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