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Ser consciente de quién soy, hace mejor la vida de mis hijos

Cuando el amor se confunde con proyección.

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  • Última modificación de la entrada:16 diciembre, 2025

De pequeños soñábamos sin pedir permiso.
Soñábamos en grande, sin estrategia, sin miedo al ridículo.

Luego llegó la adolescencia y los sueños cambiaron de forma.
Se volvieron más «posibles».

Más aceptables.
Más negociables.

Y de adultos… bueno, de adultos nos volvimos «concientes» —ojo que no tiene la S—, o mejor dicho, nos aterrizaron al bravazo.
Responsabilidades,
facturas y expectativas ajenas que aprendimos a llamar «realidad».

Cuando te conviertes en padre o madre, el juego vuelve a cambiar.
No porque dejes de soñar.
Sino porque ahora tus sueños se mezclan con los de otros.

No hablo desde la teoría.
Hablo desde la experiencia.

He tenido conversaciones con muchos padres y madres.
Y, curiosamente, casi todos coincidimos en algo…

Cuando empezamos a convertirnos en seres que «supuestamente guían a otros», muchos de nuestros sueños pasan a un segundo plano.

Algunos se pausan.
Otros se postergan.
Y muchos terminan en el cajón del olvido.

Muy seguramente este no es tu caso.
El mío tampoco en su totalidad.
Pero sería ingenuo decir que ninguno quedó ahí guardado.

Te digo esto:

Metiste a tus hijos en una escuela.
De baile.
De fútbol.
De artes marciales.
De lo que sea.

En teoría, ellos están contentos.

Ahora dime, con honestidad brutal:

¿Ellos te pidieron estar ahí…
o tú los empujaste con la mejor de las intenciones?

¿Qué tan «consciente» —con S esta vez— eres de lo que en verdad les gusta a tus hijos?
¿Existe la posibilidad de que ese también sea un sueño tuyo?
¿Uno que no cumpliste y que, muy inconscientemente, empezaste a preparar para que ellos lo vivan?

A veces esa respuesta se esconde detrás de una frase que suena tierna, inocente, casi divina:

«Tan divina mi hija».
«Tan divino mi hijo».
«Se parece tanto al papá o a la mamá que hasta le gusta lo mismo».

¡SOMOS IGUALITAS!
¡SOMOS IGUALITOS!

Y ahí, sin darnos cuenta, dejamos de mirar.

No lo pregunto para culparte.
Lo pregunto para despertarte.

Porque muchas veces no dejamos de soñar por amor a nuestros hijos.
Dejamos de soñar por cumplir con unos putos constructos sociales.
Y esos constructos siempre buscan salidas elegantes y manipuladoras.

Acompañar no es proyectarse.
Guiar no es programar.
Amar no es usar.

Tus hijos no vienen a completar tu historia.
Vienen a escribir la suya.

Y tú…
¿Qué sueño sigue esperando dentro de ti?
¿Uno que abandonaste diciendo «algún día»?
¿Uno que, sin darte cuenta, estás intentando vivir a través de ellos?

Tal vez no se trata de quitarles nada.
Tal vez se trata de devolverte algo.

Porque cuando tú te atreves a vivir tu verdad,
les das a tus hijos el permiso más poderoso de todos:
el de vivir la suya.

Si abandonas tus sueños, alguien los va a vivir.
O tus hijos… o tu frustración.

Acá te dejo el link a un artículo acerca de nuestro rol como padres de familia.

[El link]

Gracias, gracias, gracias.

Te leo.
Te deseo un excelente y maravilloso día.

Namasté

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