Como ya te lo he contado en varias ocasiones, he decidido volver al ruedo de mi profesión como arquitecto.
Aunque me enamora lo que hago a través de este maravilloso arte, ha dejado de ser una prioridad en mi vida, mejor, me desenvuelvo en este rollo para apalancarme en lo que vengo trabajando desde hace aproximadamente un año.
Me parece extraordinario, utilizar mi profesión como hobbie y no como un símbolo de esclavitud, pero siendo honesto, he caído en esa puta carrera de la rata otra vez, porque sí o sí, todos los que me rodean nunca han salido de ahí, y ha sido complejo resolverlo.
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Antes, gran parte de mi filosofía de vida se manifestaba a través de la ley del más fuerte, argumento que me llevó a cometer errores infinitos. Ahora, desarrollo mi diario vivir a través del cortejo, la persuasión, los buenos tratos y por ende, la conciliación, de hecho, prefiero quedarme callado en repetidas ocasiones —hay excepciones—. Los temas «discutir» y «razón» han desaparecido de mi léxico y de mi biblioteca mental; entendí finalmente que esas dos palabras carecen de sentido alguno.
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Esta primera semana de enero ha estado cargada de anécdotas y situaciones contrarias en pensamiento.
Resulta que me metí de sapo a redactar un documento para enviar a una empresa con el ánimo de llegar a un acuerdo entre las partes (la empresa a la que le presto mis servicios profesionales, y la empresa que audita nuestro trabajo). Mis argumentos se plasman dentro de la cordialidad, la amabilidad y la conciliación. Mis nuevos escritos parten desde el principio de elogiar a la otra parte y buscar un común acuerdo, por lo que resultó dentro del documento la siguiente frase:
«Podemos sentarnos a conversar disfrutando de un delicioso café».
Ésta resultó chocante y contradictoria para mis compañeros de oficina. Para unos, sonó como un protocolo y formalidad absurda, para otros, resultó ser un acto de soborno.
—Jajajajaja—.
Me causo gracia, en verdad, me senté a reír cuando escuche que esa frase puede interpretarse como un acto de soborno, por ende, podría causar líos legales a la compañía:
—«arquitecto: ¿cómo se le ocurre escribir éso?, acaso ¿no es conciente de las consecuencias jurídicas y legales que esto puede ocasionar en el desarrollo del contrato?».
Escribo conciente sin la «S», porque aquella persona no está conectando una parte esencial en el tema de relaciones humanas conscientes. No lo puedo culpar, porque así ha sido el desarrollo total de su vida, de hecho, es muy buen tipo, lo aprecio, pero es uno más envuelto en ese sistema absurdo y estúpido de la sociedad de consumo en la que vivimos.
Dentro de mi transparencia, honestidad y franqueza, carece de un significado contraproducente la errónea interpretación que le dio aquel gran personaje a mi invitación para tomar un café, de hecho, ¿qué mejor que conversar acompañado de una deliciosa taza de esta bebida que además activa la dopamina y permite ser más receptivo/a ante nuestro interlocutor?
EL nivel de pensamienbto del común denominador de las personas se encuentra sumergido en dichos estereotipos maricas y absurdos. Definitivamente quien creó esas leyes ridículas está manifestando lo que tiene dentro de sí para darf a los demás. Éso somos y éso reflejamos, simple y llanamente lo que tenemos dentro.
Y ¿tú?
¿Qué opinas acerca de tomarte un café con alguien con quien esté pendiente una conversación?
¿Esa invitación la consideras como un soborno o como un acto de cordialidad?
¿Tan grande es la corrupción, que cualquier gesto de amabilidad es visto como un soborno?
Te deseo un excelente y maravilloso dìa.
Dios te bendiga.
Namastè