¿Has sentido que todo dentro de ti te grita que te rindas… y aun así sigues luchando?
Eso me pasó hace poco, mientras trotaba bajo la lluvia, sintiendo que mi cuerpo no daba más y mi mente gritaba «¡para, ya es suficiente!».
Porque el verdadero enemigo no está afuera.
Está en tu cabeza.
[…]
Bloqueo mental vs fuerza de voluntad.
No hay nada como estar al borde de rendirte y que la vida, en forma de señora de 65 años, te pase por el lado y te deje sorprendido.
Hace casi siete años arrancó mi proceso de cambio.
Lejos de imaginar que llegaría al punto en el que estoy hoy.
Lejos de imaginar que leería, en este tiempo, unos 500 libros —contando los que repetí—.
Lejos de imaginar que he querido dejarlo todo botado miles de veces.
Lejos de imaginar tantas lágrimas de desesperación, cuando parecía que nada funcionaba.
Y aún me falta.
Porque cada cima resulta ser apenas una meseta, y detrás siempre asoman montañas más altas y bien complejas.
Descubrí que mis «situaciones adversas» no eran otra cosa que limitaciones auto-creídas, autoimpuestas.
He superado muchas barreras, sí.
Pero me queda una que me ha costado muchísimo trabajo y confrontamiento conmigo mismo:
¡Yo mismo!
¡Mi mente!
Aun así, el Universo, Dios, la energía —o como quieras llamarlo— me ha mostrado caminos.
Caminos que, seguramente, yo mismo he creado con este proceso berraquísimo que llevo encima.
Hoy siento que ya me he liberado de ciertas taras mentales que me tenían con el dedo… ya te imaginarás dónde.
Y he vuelto a mover el cuerpo.
A meter la actividad física en mi vida, buscando una respuesta, una luz, un camino hacia donde siempre soñé estar.
El primero de julio de 2025 —lo conté en mi blog— (leer aquí) , arranqué caminando 1.650 metros.
Luego, un día, casi muerto, troté 330 metros. Sí, 330. Parece absurdo, pero así fue.
El 5 de agosto logré 4,01 km.
El 9 de agosto—hoy—, 4,75 km.
Y para mí, que ya había hecho ejercicio en otras etapas de mi vida, fue un logro enorme.
Ese 9 de agosto, con lluvia, frío y piso mojado, en el km 1,8 quise parar.
Imágenes de mi vida vinieron a la cabeza: momentos en los que me detuve y lo pagué caro.
Otros en los que aguanté, y aunque saliera arrastrado, llegué a la meta.
Km 2,2: respiración agitada, lengua afuera, zancadas desordenadas.
—Ya no puedes más —me gritó esa puta voz de siempre—. Para, ya es suficiente.
En ese instante pasó volando una señora de unos 65 años. En cinco segundos ya me llevaba 15 metros.
Me dió envidia pero de la buena.
No aceleré, porque iba vuelto mierda, pero me enfoqué en cada zancada.
Km 2,6: ya no respiraba, jadeaba.
—¡Puta! ¿Qué pasa hoy? —me dije.
Recordé que el jueves —7 de gosto— había hecho 4,29 km.
—No puedo hacer menos. Sería un retroceso.
Y justo ahí sonó en mi playlist Bloodsport – Fight to Survive.
Van Damme en mi cabeza.
Me conecté con la música, visualicé mi cuerpo bajo la lluvia.
Km 3,1: las piernas dolían, porque estaba corriendo mal, golpeando talones, rodillas hechas mierda.
Bajé el ritmo, pero no me detuve a consentirme.
Vi el final de la segunda vuelta, km 3,6. Estaba cerca… pero yo lo veía en la mismísima mierda.
Y aquí la confesión:
A unos 25 metros, un culito muy bien trabajado corría también.
Decidí alcanzarlo, no para hablarle —ni me atrevería—, además soy célibe.
Ja, ja, ja, ja, ja.
Y aunque lo alcanzara, ese trasero perfecto saldría corriendo al ver al zombie que se le venía encima.
Supongo que así me veía yo, porque me sentía muerto en vida.
Ja, ja, ja, ja, ja.
Logré alcanzarlo pero no fue buena idea. Me puse peor.
Noté que ella iba en las mismas condiciones que yo, no sabría decirte cuál de los dos iba más en la inmunda.
Finalmente, ella decide tirarse al pasto porque ya no pudo más.
Yo seguí.
Km 4,1: casi sin aire, grité en voz alta:
—Lo voy a lograr.
—Esta mierda no me va a quedar grande.
—Ya alcancé el registro del jueves.
—Voy a hacer algo más.
De repente algo se activó: mente y cuerpo se conectaron.
Las zancadas mejoraron, el ritmo era lento (6,5 min/km), pero seguro.
La música ochentera me ayudó a sincronizarlo todo.
Me dije:
—Voy por 5 kilómetros.
—Yo puedo.
—Soy capaz.
Los últimos 250 metros fueron estables, no rápidos pero firmes.
Llegué a 4,75 km y no pude más.
Pero superé mi propio registro.
Levanté los brazos como Rocky en las escaleras.
No salté, no tenía cómo, pero dije en voz alta:
—Gracias, gracias, gracias.
Porque entendí otra vez que la vida es igual que el deporte:
Está llena de obstáculos.
Y no se trata de hacerlo por hacerlo.
Se trata de disciplina, prueba y error, días de mierda y días de gloria.
El verdadero enemigo no está en la pista.
Está en la cabeza.
Ahora te pregunto:
¿Cuánto hace que no ganas una batalla contra ti mismo/a?
[…]
Si estas palabras resonaron en ti, te invito a leer mi libro Témpera Mental, donde profundizo en las barreras que me he auto impuesto toda mi vida y, que llegué a creerlas.
Gracias, gracias, gracias.
Te leo.
Te deseo un excelente y maravilloso día.
Que la fuerza que sostiene el universo te abrace, te guíe y te abra todos los caminos.