Hace un par de años, un gran amigo me dijo algo que nunca olvido:
«Fede, que este año te vaya de lo peor… para que crezcas».
Ja, ja, ja, ja, ja.
Parece haberme sentenciado, porque qué vaina si me he caído un montón de veces.
Juntos entendimos el mensaje…
Porque es de esos mejores deseos… pero disfrazado.
[,,,]
No voy a decir que este año fue fácil.
Sería una mentira elegante.
Este año me mostró partes mías que no sabía que aún estaban ahí.
Me enfrentó a decisiones que postergué.
Me mostró un espejo brutal, que creía haber superado.
Y también me recordó —sin delicadeza— que no hacer nada también es una elección.
Avancé en algunas cosas.
En otras, no hice un carajo.
Y asumirlo, curiosamente, fue uno de los mayores actos de honestidad que tuve conmigo mismo.
¿Me costó?
Un jurgo.
Porque estoy acostumbrado a ser una máquina de trabajo.
Ahora, si este año no hubiese sido así, probablemente no habría visto lo que vi.
Y mucho menos habría crecido como lo he hecho hasta hoy, como persona frente a mí mismo.
Lo demás —la fachada, los resultados, lo visible— sigo trabajando para verlos reflejados en mi exterior.
Cierro este año con menos certezas…
pero con más conciencia y consciencia.
Y éso, aunque no venda tanto como la felicidad de postal, vale oro.
Corroboré que no todo se trata de sentirse bien.
Muchas veces se trata de sentirse verdadero/a.
Incómoda.
Desnudo.
Presente.
De hecho, me he sentido roto n-ésimas veces.
Y si hay algo que este año me dejó claro, es esto:
el verdadero valor de una persona no se mide por aplausos, títulos ni aprobaciones externas.
Se revela en el momento exacto en que se atreve a mirarse al espejo…
sin excusas,
sin personajes,
sin pedir permiso para ser quien es.
Porque mientras dependamos de los calificativos ajenos para sentirnos valiosos,
seguiremos viviendo versiones prestadas de nosotros mismos.
Y ninguna de ellas alcanza.
Si algo de este año te dolió, te rompió o te dejó sin respuestas, no corras a taparlo.
Míralo.
Ahí suele estar la semilla de tu fuerza.
No para compararte con nadie,
sino para reconocerte como alguien que, aun cayendo, sigue de pie.
Si este final de año te encuentra cansado, confundida o en silencio contigo mismo, contigo misma, no estás fallando.
Tal vez estás madurando.
Tal vez estás dejando de huir.
Tal vez estás empezando a darte el valor que siempre buscaste afuera.
Y aún no eres conciente de ésto.
No vengo a darte fórmulas.
Ni promesas infladas para el año que empieza.
Solo una invitación honesta:
Antes de proponerte cambiar tu vida…
mírate de frente.
Reconócete.
Y deja de negociar tu valor con el mundo.
Lo que eres, cuando te miras de verdad, ya es suficiente para empezar.
Y antes de cerrar, seamos honestos.
Si lo que buscas es un mensaje que suene bonito y falso, aquí va:
Te deseo un Feliz y Próspero Año.
Ahora bien, si lo que quieres es ver lo que normalmente evitas mirar,
te dejo el mensaje de mi gran amigo.
Puede sonar despotricante.
Incómodo.
Políticamente incorrecto.
A mí me sirvió.
Que te vaya de lo peor…
para que aprendas el verdadero valor que tienes.
No porque el dolor sea necesario,
sino porque a veces solo cuando todo se cae
dejamos de vivir para sostener una imagen
y empezamos, por fin, a conocernos de verdad.
Gracias por leer.
Gracias por estar.
Nos seguimos encontrando del otro lado de las palabras.
Gracias, gracias, gracias.
Te leo.
Te deseo un excelente y maravilloso día.
Namastè
